sábado, 3 de noviembre de 2012

FLORO EL EMPALADOR

Hace algún tiempo, más concretamente 1.200 años, 6 meses y 27 días, había una pequeña villa con sus montañas, sus nubes de algodón, sus pajarillos cantores y un sol precioso de día y tímido por la noche. Había un castillo en el que vivía un príncipe muy valiente y vigoroso, gran guerrero, con bigote, gafas de pasta y fular en el cuello. Sé que estos últimos detalles no son relevantes, pero me gusta ser lo más preciso posible.


Una mañana, el príncipe estaba preparando la silla de su caballo Leónidas para ir a la guerra. Llevaba más de 25 batallas en tres días. Cuando el valiente príncipe (un hombre luchador sin piedad) se disponía a ensillar su caballo para ir a la última batalla de la semana, el caballo le miró fijamente y le dio una coz en sus pelotas. En ese momento, el príncipe se puso azul y tras unos segundos de shock testicular, pegó un enorme chillido que se oyó en cada uno de los rincones de su enorme reino. De sus ojos no paraban de salir lágrimas que no podía secarse por tener ambas manos en sus partes nobles. Se quedó mirando para su caballo Leónidas, y después de lanzar más de mil y un improperios, le dio un tremendo puntapié que le golpeó en todo el prepucio.

Desde aquel día ambos cambiaron. No paraban de llorar cada vez que se sentaban junto al televisor, con sus pijamas de ositos, para ver una reposición medieval de la telenovela “Cristal”, mientras dibujaban corazones en una carpeta con las fotos de un tal Pedriño de “¿Quién quiere casarse con mi hijo?” Empezaron a llevar atuendos más coloridos y alegres, se hicieron mechas y se cortaron el flequillo very casual.

El príncipe y su bello corcel, seguían luchando en cada batalla sin piedad, cambiando la espada por la estaca, con la que empalaban, una y otra vez, a cada uno de los hombres a los que hacían prisioneros.

Un día su padre, el rey, preocupado por los métodos de tortura de su hijo, le dijo:

 Hijo, ¿Qué pollas estás haciendo?

A lo que el hijo le contestó:

- Padre, desde hoy seré el Príncipe Floro y mi bello corcel pasará a llamarse Leoncio. Quiero que sepas que desde recibí la coz, además de provocarme un desprendimiento parcial del huevo izquierdo, hizo que saliera mi autentico yo. ¡PAPA SOY UNA LOCA Y NO PARO DE PENSAR EN PENETRAR LINDOS TRASEROS!

- Hijo tengo que decir una cosa, llevo engañando 6 meses a tu madre con el bufón de la corte. ¡HIJO YO TAMBIÉN SOY...!

Antes de que su padre terminara de hablar, el príncipe Floro se fundió en un fuerte abrazo con él.

Y desde entonces, vivieron todos felices y comieron "perdices", excepto la madre que nunca pudo superar aquello y se hizo monja.

Un abrazo,

Rato Raro