jueves, 28 de marzo de 2013

¡HAN SACAEDO MI LOFT!


El primer día que empezó a trabajar Bonifacia, estuve a punto de morir de un espasmo psiconervioso cuando llegué a casa. 

El olor a limpio llegaba hasta el primer piso. Pero cuando abrí la puerta de mi loft, ¡Redios, que mal rato pasé!

Me habían robado las cortinas del salón, mi pijama de ositos, mi camiseta de naranjito y el albornoz que me lleve por error del último balneario en el que me alojé. Me hubiese caído desplomado en ese mismo instante, sino fuera porque tenía que muchas ganas de orinar y no tenía tiempo para entretenerme. 

Después de tirar de la cisterna y lavarme convenientemente las manos, cogí el teléfono para llamar a la policía. Pero antes de marcar el último número, pensé que primero era mejor hablar con los vecinos que me la habían recomendado.

Subí al último piso que compartían el señor Jesús y las señoras Paloma y Trinidad. Llamé a su puerta. Pedro, asistente social que se encargaba de su cuidado, abrió la puerta con prisa. Me di cuenta que no llevaba nada debajo de su bata porque podía entrever una enorme llave debajo.

Intenté reponerme de la impresión y les dije:

 - Quiero deciros dos cosas. La primera, Pedro, ¡por favor ponte unos calzoncillos! Y la segunda, ¡Bonifacia me ha robado en su primer día de trabajo! Voy a llamar a la policía.

Pero el señor Jesús me tranquilizó:

- Rato hijo, ¿quieres tomar un chupito de “Santa Teresa” y un trocito de tocinito de cielo?, ¿Por qué no llamamos antes a Bonifacia?

 Después de unos cuantos chupitos y un par de pedacitos de tocinitos de cielo, empecé a confesarles todas mis penas...y después de tanta compresión por su parte, decidí que se hiciera su voluntad, y llamé a Bonifacia.

¿Cuando me cogió el teléfono le espeté:

- ¿Cómo me has podido robar todo lo que más quiero?, ¿Dónde los guardas, so ladrona?

Bonifacia, muy enfada, me dijo:

 - Lavados y tendidos, en el tendero de tu loft, ¡COCHINOTE! Cuando estaba haciendo la cama, tu pijama me pedía fuego. Y el albornoz hacía de alfombra en el suelo del baño.

¡Qué corte me pegó! Intenté hacerme el sueco y le dije:

 - ¡Has picado!, ¡mujer era una broma de cámara oculta!

Me tuve que terminar la botella de “Santa Teresa” y me fui a casa avergonzado. Pobre Bonifacia, ¿Cómo he podido hacerle esto?

Un abrazo,
Rato Raro

domingo, 10 de marzo de 2013

Necesito una mujer en mi vida

Necesitaba urgentemente una mujer en mi vida. Y al fin la encontré. Tiene 52  años. Lleva el pelo corto con mechas y raíces negras. Es una mujer corpulenta (lo que viene muy bien, si hay que bajar el butano). Y lo más emotivo es que es de Portosin (A Coruña) como mi madre. Se llama Bonifacia.

Quiero dejar claro que a mí no me gustan las mujeres maduras, excepto Cospedal, supongo que por el puntito sado que tiene. Vivo solo en Vigo y con esto de la crisis trabajo más horas que nunca, por lo que pasó mucho tiempo fuera. Soy un terrible amo de casa. ¿Sabéis por qué no me quito ni en verano la chaqueta del traje? Pues porque no consigo planchar bien ninguna de mis camisas. Mi madre me dijo que si seguía este orden de planchado: pechera, espalda, pechera, brazo, brazo, cuello todo ello conjugado de mucho vapor tendría las camisas como un pincel. Pero pasados 5 minutos pierdo la noción del orden de planchado y soy incapaz de distinguir el número de pecheras, espaldas y brazos que tiene cada una de mis camisas. Supongo que la intensa niebla que envuelve la habitación ayuda a todo esto. 

Necesito ayuda y después de probar con otras mujeres encontré a Bonifacia. Una señora estupenda...Mis últimas experiencias habían sido un poco traumáticas. Hace unos meses contraté a una mujer a la que en su primer día de trabajo me la encontré en casa limpiando con mi pijamita de verano. Cuando la vi así, fui incapaz de articular palabra, nadie te explica lo que uno debe decir en estas situaciones. Ella se justificó diciéndome que estuvo buscando la ropa que le iba a dejar para hacer la limpieza y que lo único que encontró fue ese sexy atuendo encima de mi cama. Dejé pasar aquello como si no hubiese pasado nada, pero días después me encontré una nota en la que me decía que se había tomado la libertad de tomar un poco de licor café porque tenía el estómago mal. Me pareció raro, pero cosas más extrañas había visto en el programa de Chumari. Decidí no darle importancia hasta que un día me di cuenta que todas las botellas que contenían alcohol en mi loft estaban completamente vacías. No me quedó más remedio que decirle que no volviera hasta que lograra reponer mi mueble bar...

Después de aquello contraté a una chica brasileira que estaba de muy buen ver, supongo que como en el caso anterior no me había funcionado muy bien pensar con la cabeza de arriba decidí probar con la de abajo. Pero esto tampoco dio muy buenos resultados. Planchar, lo que se dice planchar no era lo suyo y  lo de limpiar, salvo mi nevera y en especial los embutidos ibéricos, tampoco se le daba demasiado bien. Pero pensé que nadie nace aprendido y le di una oportunidad, hasta que me vino la factura del teléfono fijo de casa con más de 100 € en llamadas al extranjero. No me quedó más remedio que decirle que no regresara hasta que me bajasen mi tarifa de roaming Vodafone...

Necesito una persona que sea como mi segunda mi madre. Y Bonifacia es esa persona. Ayer estuvo ya en mi loft. Me regañó cuando vio que mi fregona parecía Daniel Diges al revés. Me ha puesto una lista de la compra de productos de limpieza que voy a tener que ir a por ellos en una furgoneta. 

Empieza este lunes. Tengo que darle una copia de las llaves. Pero soy muy desconfiado, voy a poner un candado en la nevera y el teléfono en una caja fuerte. Esconderé el whisky de la cesta de navidad.Mis pijamitas nuevos me los llevaré en una mochila conmigo al trabajo...y le voy a poner trampas. Cepos con trozos de butifarra.La confianza se tiene que ir ganando poco a poco... 

Un abrazo,

Rato Raro

domingo, 27 de enero de 2013

Por favor, págame en especie



Últimamente noto a mi charcutero un poco rarito. Se pone mucha más colonia y se humedece sensualmente los labios cada vez que me ve.  Al principio, yo no le daba importancia. Pero es que el pasado viernes me encontré una nota en medio del chorizo picante. Por las palabras que utilizaba estoy convencido de que es él. Y me preocupan sus intenciones.

La voy a leer:

- Hola ricitos...La butifarra que tengo es solo para ti. ¿Qué quieres que te ponga la próxima vez? Por favor, págame en especie.

Firmado:

Anónimo

Evidentemente, estoy acojonado.

Ayer cuando llegué al Ferry, el pub donde suelo parar los sábados por la noche a tomar unas copas con mis amigos, me lo encontré con unos shorts color salmón muy apretaditos, el pelo engominado, los labios con brillantina y bailando como una loca.  Y para hacerse el deseado, me dijo sensualmente:

- ¡Eh!, ¿te gusta como me muevo?, ¿quieres echar un “dancing  with me”? 

Luego me cogió por el cachete...

   -  ¡Perdona ojazos!

 Y me soltó:

- Siempre me ha gustado la música Indie 

- Pero señor charcutero, si es así, ¿por qué lleva una camiseta de ABBA?

- ¡Si quieres me la saco guapo!

Y claro se la quitó, ¡no sé por qué coño nunca tengo la boca cerrada!

Pusieron una canción de Vetusta Morla y empezó a tarareármela tan cerca del oído que acabo por mojarme el lóbulo derecho. Mientras sujetaba “sus partes” con la mano  derecha. Era más desagradable que ver a Julián Muñoz en una sauna.

No me atreví a decirle nada. Y decidí salir corriendo, sin mirar un solo instante hacia atrás, a comprar el periódico. Eran las tres de la mañana. Solo tenía que esperar  seis horas a que abriesen los quioscos. 

Seis horas después compré el “Faro “y me fui para cama con la firme promesa de que nunca más volveré a pedir ni a comer butifarra.

Un abrazo,

Rato Raro

domingo, 16 de diciembre de 2012

¡PERO QUÉ GRANDE ES!

Al volver de mis vacaciones de Tailandia, noté algo extraño en mi vientre, un bultito de color rosáceo, que me pica con tan solo mirarlo.  Esto tiene toda la pinta de que me va a llevar directamente al otro barrio.

Ayer quise compartir mi preocupación con Yoli, la vecinita cachonda del segundo izquierda, y se lo enseñe. 

Cuando lo vio,  me dijo con cara de espanto:

- ¡Dios mío, pero que grande es!

Yo le contesté muy irritado:

- ¡Joder, céntrate en el bulto y deja de mirar a Decker! (la llamo cariñosamente así por los taladros Black and Decker), comprenderás que a punto de estirar la pata como estoy, lo que menos me importa ahora, es el SEXO.

¡Señor, esto no para de crecer!... (¡Pero que mente tan sucia tenéis!, me refiero al bulto y no al tesoro que guardo entre las piernas). Ayer cuando salía del supermercado, se me acercó un segurata y me dijo:

- Por favor, caballero, quiere sacarse la butifarra que lleva escondida.

 ¿A qué butifarra se refiere buen hombre?, si es la que llevo entre las piernas, no pienso enseñarla en público.

- No se haga usted el gracioso, me refiero a la que lleva debajo del jersey.

Lo miré avergonzado con ojos de cocker y le enseñe a Roxy (después del tiempo que pasamos juntos he acabado por ponerle nombre al bulto)...Se quedó pálido, me pidió disculpas y les dijo a las cajeras:

 Por favor, no le cobréis. Total para lo que le queda...

Y me dijo:

- No se lleve usted tantos yogures, si no va a tener tiempo a comerlos y le van a caducar.

Algunas miembras de mi pequeño harem están preocupadas, me han pedido que vaya al dermatólogo para ver si puede extraérmelo. Pero para quitarme esto, hace falta por lo menos una sierra eléctrica, y yo ya le tengo miedo a una simple agujita.  Además yo tengo muy mala suerte, seguro que cuando me lo estén quitando, le empieza a sonar el móvil al médico, me apunta a lo que hay un poquito más abajo y tengo que orinar sentado lo que me reste de vida.

¡Ay, mamacita, me hago caquita!

Hoy, después de mucho pensármelo y de tomarme un par  de litros de tequila, decidí ir al médico (hace ya más de 15 días que no voy y lo más probable es que no me eche de menos). Me encuentro en la sala de la espera de su consulta, mientras escribo las que pueden ser mis últimas palabras, esperando a que me llame... Lo más probable es que descubra alguna otra enfermedad mortal de la que todavía no se haya manifestado ninguno de sus síntomas. Sé que no debería haber viajado tan lejos...pero es que me muero por un buen masaje tailandés.

Un abrazo y tal vez un adiós,

Rato Raro

PD:

Saludos también de parte de Roxy

sábado, 3 de noviembre de 2012

FLORO EL EMPALADOR

Hace algún tiempo, más concretamente 1.200 años, 6 meses y 27 días, había una pequeña villa con sus montañas, sus nubes de algodón, sus pajarillos cantores y un sol precioso de día y tímido por la noche. Había un castillo en el que vivía un príncipe muy valiente y vigoroso, gran guerrero, con bigote, gafas de pasta y fular en el cuello. Sé que estos últimos detalles no son relevantes, pero me gusta ser lo más preciso posible.


Una mañana, el príncipe estaba preparando la silla de su caballo Leónidas para ir a la guerra. Llevaba más de 25 batallas en tres días. Cuando el valiente príncipe (un hombre luchador sin piedad) se disponía a ensillar su caballo para ir a la última batalla de la semana, el caballo le miró fijamente y le dio una coz en sus pelotas. En ese momento, el príncipe se puso azul y tras unos segundos de shock testicular, pegó un enorme chillido que se oyó en cada uno de los rincones de su enorme reino. De sus ojos no paraban de salir lágrimas que no podía secarse por tener ambas manos en sus partes nobles. Se quedó mirando para su caballo Leónidas, y después de lanzar más de mil y un improperios, le dio un tremendo puntapié que le golpeó en todo el prepucio.

Desde aquel día ambos cambiaron. No paraban de llorar cada vez que se sentaban junto al televisor, con sus pijamas de ositos, para ver una reposición medieval de la telenovela “Cristal”, mientras dibujaban corazones en una carpeta con las fotos de un tal Pedriño de “¿Quién quiere casarse con mi hijo?” Empezaron a llevar atuendos más coloridos y alegres, se hicieron mechas y se cortaron el flequillo very casual.

El príncipe y su bello corcel, seguían luchando en cada batalla sin piedad, cambiando la espada por la estaca, con la que empalaban, una y otra vez, a cada uno de los hombres a los que hacían prisioneros.

Un día su padre, el rey, preocupado por los métodos de tortura de su hijo, le dijo:

 Hijo, ¿Qué pollas estás haciendo?

A lo que el hijo le contestó:

- Padre, desde hoy seré el Príncipe Floro y mi bello corcel pasará a llamarse Leoncio. Quiero que sepas que desde recibí la coz, además de provocarme un desprendimiento parcial del huevo izquierdo, hizo que saliera mi autentico yo. ¡PAPA SOY UNA LOCA Y NO PARO DE PENSAR EN PENETRAR LINDOS TRASEROS!

- Hijo tengo que decir una cosa, llevo engañando 6 meses a tu madre con el bufón de la corte. ¡HIJO YO TAMBIÉN SOY...!

Antes de que su padre terminara de hablar, el príncipe Floro se fundió en un fuerte abrazo con él.

Y desde entonces, vivieron todos felices y comieron "perdices", excepto la madre que nunca pudo superar aquello y se hizo monja.

Un abrazo,

Rato Raro

sábado, 22 de septiembre de 2012

EL ASOMBROSO CASO DEL NIÑO MENGUANTE


Una vez en una bonita aldea, con su jardín, sus animales domésticos y sus cuencos de leche. Justo al lado del reformatorio y el cementerio vivía  una familia. Un día la madre dio a luz un precioso niño.  Los abuelitos estaban felices. Siempre se quedaban con el bebé cuando sus  padres se iban de fiesta. La verdad, es que a parte de cuidar de su nieto, no tenían otra cosa mejor que hacer que pagarle la hipoteca y las letras del coche a su hijo y nuera. Pasaron los meses y el niño ya sabía decir todas las palabras del diccionario, pero no crecía, de  hecho había menguado. Había pasado de los 65 cm, hasta los 62,8 cm en tan sólo 4 meses. Al principio eso preocupa mucho a su familia, pero después de un par de mojitos, se tomaron todo a risa y empezaron a tirarle trocitos de fruta a la cuna. Es más, le sacaban fotos y las subían al Facebook para que todos sus colegas pudiesen descojonarse.

Con 16 añitos el niño tan sólo medía 20 cm, así que su madre decidió que era el momento de dejar de darle el pecho para no correr el riesgo de ahogarlo. Para  poder seguir alimentándolo, compraba todas las mañanas quesitos Mini Babybel y miniembutidos Campofrío.

Un día, con 25 años,  mientras descansaba en la mano de su abuelito, vio una foto de sus padres, y contrariado por lo que estaba mirando preguntó:

- Abuelo, ¿por qué yo no salgo en esa fotito?, ¿es por qué soy tan pequeñito que no se me ve?

 No Little, es que ahí todavía no habías nacido.

 Entonces “abu”, ¿dónde estaba?

 Umm..., ¿pues dónde va a ser?.... en el pito de tu padre.

- Entonces el pito de papa tuvo que ser muy grande para que yo cupiera dentro.

- Je, Je...bueno no te creas que era para tanto..., al fin y al acabo cuando estabas allí eras muy pequeñito...

 ¿Más pequeño que ahora “abu”?

El abuelo, abrió los ojos como platos de sopa fría, cogió su lupa, lo miró con  dificultad durante unos instantes (la copa de orujo que había tomado para desayunar, le estaba creando algún tipo de trastrono en su visión) y le dijo:

- Claro que sí, por aquel tiempo, la única manera de verte era a través de un microscopio.

Pasaron los años, y con ellos fueron desapareciendo los centímetros de nuestro amiguito. Un día mientras usaba, en la bañera, como trampolín el pene prostático de su padre, resbaló  cayendo en el agujero del glande. El padre asustado agitó sus piernas, provocando un pequeño oleaje que acabo por arrastrar a nuestro pequeño amiguito a los testículos de su progenitor.

Nunca más consiguió salir de allí, a pesar de los esfuerzos de su madre por liberarlo (viagras escondidas en el desayuno de su padre, masturbaciones, felaciones y demás truquitos de mujer para provocar el éxtasis de su marido).

El corazón de su padre no pudo soportar tanto trasiego y acabo por pararse. Antes de enterrarlo la madre desesperada mandó extraer todo su semen, donándolo a una clínica de fertilización.

Después de robar el registro de donaciones, buscó a su hijo desesperadamente por todo el mundo, hasta que un día lo encontró en la vieja Mansión que tenían los nietos de Torrebruno en el Principado de Mónaco.

Después de explicarles todo lo ocurrido a sus padres pseudoadoptivos, estos decidieron darle de nuevo la custodia de nuestro amiguito.

Ahora viven juntos felices, en un mini piso de protección oficial, gracias a la pensión  que su madre recibe en concepto de viudedad.

Y colorín, colorado este cuento se ha esfumado...

Un abrazo,

Rato Raro