Elegido el plan, solo teníamos que elegir el destino. Pense que era un buen día para ir a Poetto, la playa de Cagliari. Así que cogí el coche, me levante el cuello de mi polo, me puse las gafas de sol, mande subir al stronzo del Piu y emprendimos camino rumbo hacia la costa.
Eran apenas las 10:00 a.m, había un tráfico descomunal, supongo que porque era domingo. Todo Cagliari y parte del extranjero, estaba allí, en la carretera, tenía que ser un tio duro, no me amilane en ningún momento, comportándome como uno más de esos Kamikazes. Incluso me llegarón a insultar y llamar loco por mi conducción temeraria. ¡Hay momentos en la vida en la que uno se siente tremendamente orgulloso de si mismo!
Tardamos casí una hora en llegar a Poetto, cuando lo normal, serían unos 10 minutos. Buscamos un sitio para aparcar, pero nada, no había hueco ni para una escúter.
Decidimos cambiar de plan y dirigirnos hacia una playa próxima, donde hubiera algún lugar donde aparcar. Paramos al menos en tres sitos donde no había problemas para estacionar, pero eran horribles. Así que decidimos ir hacia alguna de las bellas playas de Villasimius que tanto nos habían encandilado durante el segundo día de estancia en la isla.
Al poco rato, nos dimos cuenta que no habíamos tenido una buena idea, nos movíamos a paso de tortuga, de hecho un par de perros y un gorrino, llegaron adelantarnos por el arcén.
Teníamos que pensar en una alternativa. Debía ser una playa no demasiado concurrida pero que no estuviera mal de todo. Repasando en nuestra memoria más reciente, las playas de Muravera cumplían con todos estos requisitos. Es curioso como la vida te lleva a volver a lugares que si no llegan a ser por las circunstancias cósmicas jámas repetirías.
Después de un par de kilómetros, encontramos un desvío hacia Muravera. Al final resulto ser una autovía recién terminada. Lo que a la postre nos iba a facilitar que llegásemos antes de lo previsto.
La aguja del marcador de combustible se aproximaba peligrosamente hacia la reserva. Yo recordaba que en el centro de Muravera había una gasolinaera y por la distancia a la que nos encontrábamos podíamos llegar sin problema.
Llegados a Muravera hicimos la parada en la gasolinera. No contaba con ningún personal, quizás por ser domingo, pero se podía repostar ya que existía la posibilidad de realizar el pago en un cajero automático situado en el propio surtidor de combustible. El Piu se encargo de hacer el repostaje y el abono, bueno lo intento... No sabíamos porque extraña razón no conseguíamos que saliese ni una sola gota de gasolina, después de haber introducido un billete de 20 €. Estabamos allí parados, viendo para el surtidor, esperando encontrar una solución a nuestro problema. Después de 15 minutos de inacción, un coche paro a respotar y decidimos preguntarle que es lo que habíamos hecho mal. El Piu de dirigió hacia al conductor, le explico lo que nos pasaba, él salió de su coche se dirigió hacia el surtidor y se quedo mirando para él, del mismo modo que lo habíamos hecho antes. Su mujer al ver a tres idiotas mirando para el surtidor, salió del coche y se dirigió hacia nosotros. No hizo falta que le explicásemos nada, nos dijo que eso a veces pasaba cuando alguna de las mangueras estaba mal colocada en el surtidor. Solo había que colocarla bien y nos echaría combustible sin problemas. Dicho y hecho, esta claro que el cerebro de una mujer es más de tres veces el cerebro de un macho alfa.
Obviando el rídiculo que habíamos hecho en la gasolinera, nos dirigiomos hacia a una de las playas de Muravera. Decidimos ir a una distinta de la que habíamos ido nuestro segundo día en la isla. Para no complicarnos mucho la vida, acordamos parar en el primer cartel en el que pusiese spiaggia que nos encontrásemos. Cuando nos metimos en el desvio hacia a la playa, el Piu, grito: ¡PARAAAAAAAAAAAA!, ¡Dios!, casí me da un vuelco el corazón. Pensé en lo peor..., que había atropellado a una ardilla o algo así. Deje el coche a un lado de la carretera, baje tembloroso, mire entre las ruedas, pero nada...Mientras yo revisaba los bajos del automóvil, el Piu estaba todo feliz al otro lado de la carretera, haciendo fotos a unos flamencos rosas. Menudo susto, esto me pasaba por no saber neardental.
Después de unas fotos, el neardental, perdón el Piu y yo nos fuimos hasta la playa. Buscamos un sitio con sombra donde refugiarnos del sol abrasador. Lo único que encontramos fue en una esquina de la playa unos matorrales con árbustos, llenos de excrementos secos, creo que de cabra. En la vida muchas veces no te queda más remedio que elegir entre dos opciones no demasiado buenas. Nosotros nos decantamos por las cacas de cabras, no se si era la mejor alternativa pero si la que más no me apetecia. Limpiamos un poco la zona y nos tumbamos bajo la sombra de un arbusto. Después de una minisiesta disfrutando del olor a naturaleza, nos fuimos corriendo a darnos un baño, la arena quemaba de cojones. Después de un rato fuera de nuestra hábitat (o lo que os lo mismo los sucios matorrales), secándonos y achicarrandonos en la arena, decimos irnos a comer al centro de Muravera. Según el Piu porque había un montón de sitios para saciar nuestras tripas.
Una vez en Muravera, hicimos recuento de restaurantes abiertos, el total era de uno. Entramos ya que no teníamos otra opción, invitándonos a marchar el camareri acto seguido porque eran las 15:03 h y a partir de las 15.00 h no servían comidas. Ante esta situación, solo teníamos dos opciones:
1) Ir al chiringuito de playa al que habíamos ido nuestro segundo día en la isla y tomar una deliciosa hamburguesa reserva 2005.
2) Coger el coche y probar suerte.
Como somos unos puristas con eso del año, solo nos gustan platos del 2011, nos decantamos por la segunda opción. De hecho ambos recordábamos que había un restaurante en la carretera caminio a la playa en la que habíamos estado. Cruzamos los dedos, yo además toque la cabeza del Piu, y cogímos el coche. En cinco minutos estábamos allí. Entramos y le preguntamos a una camereri, si todavía era posible comer. Se hizo el silencio, nos miro con cierta pena y finalmente nos dijo que si. Pedimos los dos pasta, siendo lo más destacable de la comida, a parte de lo buena que estaba, que no pedimos birre para beber, quizás por el efecto resaca.
Después de comer decidimos ir a ver una tumba funeraria nuraghica, situada próxima al centro de Muravera, que una vez vista nos desilusiono bastante porque se encontraba en un estado lamentable de conservación.
Agotados de nuestra visita cultural en Muravera, decidimos ir en búsqueda de una nueva playa en las proximidades. Antes de coger el coche, decidimos fumarnos un pitillo a la sombra de un árbol. Mientras estaba allí charlando sobre alguna chorrada de la que ya no me acuerdo, un gatito enfermo se acerco a nosotros mahullando. El pobre quería algo de comida, nosotros no teníamos ni un triste mendrugo pan, por lo que no le pudimos dar nada. ¡Dios no se separaba de nosotros!, cada segundo se me encogía más el corazón. El Piu para distraer al michiño, lo llamo y empezó alejarse de mí para darme la oportunidad de que cogiera el coche sin que este me siguiera y corriera el riesgo de ser atropellado. Subí al coche, lo arranque y el Piu corrió hasta subirse. Lo dejamos allí sólo, a su suerte, deseando, en silencio, que algún buen samaritano lo adoptara. Ahora sé lo que significa hacerse mayor, creo que no es más que aprender a torcer la mirada y sentimientos, como si nada pasara a nuestro alrededor quizás sea la única manera de ser feliz.
Buscamos otra playa en las proximidades, mientras un sonidito había secuestrado mi cabeza “Miau, Miau, Miau”. Encontramos una al poco tiempo. Esta tenía, en sus proximidades, una especie de jardín arbolado en la que decidimos descansar un rato. A simple vista parecía un buen lugar, no había excrementos que pudiesen enturbiar nuestro descanso, pero pronto descubrí que la caca no era nuestra única enemiga. No tuve más que posarme encima de mi toalla para darme cuenta de que una especie de pinchos vegetales se clavaban por todo mi cuerpo. Me pase un buen rato barriendo toda la vegetación, hasta que en el suelo solo quedaba tierra. El Piu, paso de todo, el tiene acostrumbadas sus posaderas a cualquier tipo de objeto punzante. Así que, se sento, cogío un libro y se puso a leer como si fuera un faquir encima de un montón de clavos, experimentando algún tipo de experiencia orgásmica.
Llego el momento en el que me canse de estar en una toalla sobre un suelo perfectamente limpio y me fui a darme mi último baño en Cerdeña. El Piu decidio dejar sus placeres sadomasos y me acompaño. La playa era chiquita, con un montón de piedras y rocas, pero tenía su encanto. El Piu para divertirse se puso hacer el ballenator en el agua. La poca gente que había en la playa pareció no captar su sentido del humor y fue abandonandola poco a poco. De hecho llegamos a quedarnos solos. ¡Parece que ese era nuestro destino en la isla!
Llego el momento de volver a nuestro hotel. Por desgracia, las aventuras estaban llegando su fin. Tenía que aprovechar para disfrutar mis últimos momentos en las carreteras de Cerdeña, así que me puse las gafas de sol, subí el cuello de mi polo, ignore los espejos retrovisores, y cualquier tipo de palanca que accionase alguna luz que pudiese distraer la conducción de mis convecinos en la carreta. Me deje llevar y disfrute de las pequeñas cosas del camino, las largas colas, los insultos de otros conductores, del arcen, los frenos...
Y si, esta vez, llegue a la primera el hotel. Subimos, nos duchamos y nos preparamos para nuestra última cena en Cerdeña. Podíamos elegir entre un montón de restaurantes en Cagliari, pero nos pareció una buena despedida cenar en la bocatería ambulante donde tantas Ichunsas nos habíamos tomado, disfrutando del bello paisaje de la circonvallazione. Yo me despedí cenando un würstel y el Piu una hamburguesa, acompañados, eso sí, de nuestra cerveza favorita. Fue duro decir adiós a aquel puesto decadente, de pan reseso y de toldo imaginario.
Al llegar a nuestra habitación, supongo que por la emoción que nos embriagaba, no nos entraban las ganas de dormir. El Piu, se puso a leer y yo empezé a ver una pelí en alemán, creo que se titulaba Spun y su actor principal era Mickey Rourke. La verdad es que no me enteraba de nada pero me quede super engachado desde el principio. Me he prometido no verla en castellano, porque supongo que echaría abajo el argumento de la pelí que fue escribiendo mi única neurona, mientras visualizaba aquellas imaganes sobre unos tios que no paraban de meterse de todo.
Como todo tiene su final, la pelí se termino, apagamos la luz y puse el despertador a las 9:00 h para que nos diera tiempo a disfrutar de nuestro último desayuno.
Un abbraccio,
Rato Raro