miércoles, 24 de agosto de 2011

Confesiones y Calamari (Un viaje a Sardegna: Día 4 Oristano-Tharros-Cagliari)


Nos levantamos a las 8:15 h, nos duchamos y bajamos a desayunar. Como el resto de los días, desayune ligerito, más o menos esto me llevo una hora. Durante este tiempo el Piu y yo estuvimos discutiendo sobre los destinos a elegir en le excursión del día. El Piu se decantaba por ir a la zona de Oristano y yo a la de Arbatax. Después de una dura discusión y multiples recriminaciones, decidimos ir a Oristano, porque nos llevaba aproximadamente una hora menos de coche.

Cabizbajo y derrotado me subí al coche rumbo a Oristano. El Piu se ofreció amablemente a llevar el coche y emprendimos el camino.

-   ¡Joder Rato son tan solo las 9:30 h!, ya me explicaras como todos los días conseguimos salir antes del hotel, pengandonte semejante panzada al desayuno.

-   Ummmm... (Sinceramente, creo que hay momentos en los que es mejor estar callado como una perra, o mejor aún, desviar la atención con otra pregunta) ¿Por qué siempre conduces tú en las autovías y a mi me toca disfrutar de todos los caminos de cabras de esta isla?

-   Vale, te lo confieso, todos los días por la mañana mientras tú todavía sigues desayunando, veo el mapa de carreteras y me ofrezco coger el coche cuando sé que toca una buena.

-   ¡Joder!, ¡seras hijo de tu madre!, ¡ya te vale!, ¡cómo puedes abusar tanto de un ser tan inocente e indefenso! Pues, que sepas pringado que todos los días adelanto el despertador un cuarto de hora, ¡esa es la razón por la que salimos antes!

-   ¡Serás cabrón!, ¡Por esto tenía todos los días esa sensación de haber dormido menos!, ¡uno ya no se puede fiar de nadie!
-   Bueno, una por otra, ¡venga pelillos a la mar!

Durante un buen rato estuvimos callados, escuchando nuestra cadena de radio favarita “Virgin”y barruntando sobre el comportamiento bastardo de nuestro compañero de viaje.

Cuando faltaban un puñado de kilómetros para llegar a la ciudad de Oristano, hicimos una breve parada para admirar una iglesia que nos llamo la atención desde la carretera. Esta resulto ser la basilica de Santa Giusta, cuya denominación da nombre a la ciudad donde se encuentra ubicada. Indagando entre los paneles informativos, descubrimos que fue construída durante la primera mitad del siglo XII por trabajadores de la ciudad con la ayuda de artesanos que levantaron la Catedral de Pisa. Por lo que he leído, el diamante en terrazas que se encuentra en el tímpano de la fachada, tiene un gran gran valor arquitectónico dentro del estilo romanico en Cerdeña (esto último, solo he puesto para quedar un poco de cultureta).    
                   
Finalizada la visita, subimos de nuevo al coche rumbo a la ciudad de Oristano, llegando a nuestro destino en menos de 15 minutos.

Oristano en si nos decepciono bastante. Una vez que vistas la catedral de San Francisco, la torre de Mariano II y el palacio arzobispal, monumentos que no llegamos a visitar, la ciudad no tiene mucho más que ver. Mientras me lamentaba cabizbajo de mi desdicha, un italiano desdentado me paro, preguntándome mi lugar de procedencia, para luego pasar a comentarme la historia, festejos y tradiciones de Oristano. Tuve que cortarlo, diciendo que el Piu me esparaba desconsolado al otro lado de la acera. Sino creo que podría estar dándome la chapa durante horas.

Después de abandonar como un perro a mi destentado amigo, me puse a relfexionar sobre el tipo de lugareño que se había acercado a nosotros para intentar tener algún tipo de relación de carácter amistoso. Hacer el recuento me fue fácil, ¡vaya solo habían sido dos!, un borracho sordomudo y un viejo chapas al que le habían robado la dentadura. Y yo me pregunto: ¿Qué pasa, ningún nativo normal, con dientes y que no de positivo en un control de  alcoholemia, tenía ganas de relacionarse con nosotros?, ¿a caso somos due bichos raros?

El abatimiento, el calor y las ganas de beber para olvidar, nos hicieron sentarnos en la terrazita de una cafetería, y pedir, ¡cómo no!, due birre. La magia de nuestros momentos cerveciles se rompió cuando la camarera nos trajo due Becks de mierda. ¿Por qué no le habríamos pedido due Ichunsa?, nos tuvimos que joder y beberlas.

El piu me vio tan deprimido que me dijo que podíamos ir a donde yo quisiera. Yo recordaba de cuando habíamos hecho una parada rápida en la oficina de turismo, la guía no estaba nada bien, nos habían hablado sobre una ciudad con los vestigios fenicios más importantes de Cerdeña llamada Tharros. 

Cogimos de nuevo el coche y nos fuimos rumbo a Tharros, durante el camino el Piu me pidió que pararamos en uno de sus multiples lagos salinos que hay en esta zona. Hicimos un pequeño alto en el de Cabras. Para ser sincero, no le encontramos nada especia, cogiendo al poco rato de nuevo el coche.



Lo primero que hicimos al llegar a Tharros fue darnos un bañito en una de sus playas, que con el paso del tiempo descubriríamos que no había sido una buen elección. Se aproximaba la hora de mangare, así que recogimos nuestras cosas y fuimos a una pizzería que habíamos visto de camino a la playa.

Como siempre nos pedimos due birre antes de decidir el plato que íbamos a degustar. Mientras me tomaba la birre me quede pensando porque todos los italianos, incluídos camareri, obreros de metal, barrenderos y gorrillas, llevan siempre como atuendo polos de marca con el cuello levantado. ¿Cuánto ganará allí un camareri para que anden tan maqueados?, ¿1.000 € en Italia serán más que 1.000 € en España?, ¿Comprarán la ropa falsificada en los mercadillos o tendrán un chinito en su casa que les fabrique politos a cambio de un plato penne? Las respuestas de este y otros grandes misterios de la isla se los dejo para Iker Jimenez.

Después de estas profundas reflexiones y media jarra de cerveza, el Piu se pidió un plato de pasta y yo una pizza de gamberini y champiñones.

Con el estomago lleno, nos dirigimos al coche a dejar la toalla y otros enseres playeros, para ponernos rumbo a pie hacia los restos arqueológicos de la ciudad fenicia de Tharros.

La ciudad de Tharros esta situado en una península piu bella con playas idílicas a ambos lados (si váis por allí algún día, adentraros en la península antes de elegir la playa, las que hay antes no tienen nada especial). Esta vez no hicimos la visita guiada como en  Pula. Los restos de la ciudad se miraban perfectamente desde lo alto de una colina que había a escasos metros y pensamos que no era necesario perder nuestro tiempo y dinero con una tia o tío al que le entenderíamos  de la misa la mitad.

Pasando las ruinas de Tharros se encuentran unas playas de cuento, a las que solo se accede con cierta dificultad, al tener que bajar entre las rocas. El Piu y yo decidimos ir a la que consideramos más bonita para darnos un baño y disfrutar de tan tremendo paisaje. Todo parecía perfecto hasta que nos dimos cuenta que nos habíamos dejado las toallas y el Piu además su bañador (se había cambiado para no sufrir un ataque de cistititis). Dar vuelta atrás suponía hacer 20 minutos bajo un sol abrasador, así que decidimos quedarnos, utilizar las rocas como toallas y en el caso del Piu sus calzoncillos negros como bañador. Según él nadie se daría cuenta de ello porque el 75,42% de los italianos llevan bañadores turbo y su apretado calzoncillo fácilmente podría pasar uno de ellos. Cierta o no su teoría, lo que paso es que las cuatro parejas que en aquellos momentos disfrutaban de la playa en todos sus sentidos, la abandonarón una a una, hasta que el Piu y yo nos quedamos solos. Supongo que aquellos instantes fueron de los que más me han marcado del viaje, porque ahora pasado más de un mes de nuestra visita, sufro, casi todas las noches, constantes pesadillas en las que unos calzoncillos negros licra me persiguen.

Dejamos aquel trozito de paraíso después de una horay media en soledad, con la única idea en nuestras neuronas de beber algo en el primer garito que nos encontraramos. Después de 10 minutos de dura caminata encontramos la primera terraza y nos sentamos derrotados, (el Piu se había quitado los calzoncillos e iba con su pajarito libre de un lado al otro del pantalón), me pedí una birre y el Piu un litro de agua porque según él su aguilucho se pone alerta cada vez que se bebe una birre y no era plan de asustar a la población local.

Llego el momento de levantarnos y diriginos hacia el coche, teníamos que llegar al hotel a una hora razonable, era sábado y teníamos que probar la marcha Sarda. Yo le propuse al Piu que fueramos a una de las numerosas verbenas que habíamos escuchado todos los días durante el camino.

- Rato, ¿de que coño de verbenas me hablas?

- Joder, de las que hay por ahí. ¡Pero si me estuviste rayando todo el viaje por si escuchaba los fuegos de artificiales!

- ¡No me jodas que te creíste lo de las bombas!, ¡mira que eres pin pin!

- ¿Cosa?

- Las petarditos no erán más que mis gases, ¿no olías nada?

- No me jodas. Desde los encuentros en la tercera fase del baño del hotel tengo el olfato noqueado.

- Ja, ja, menudo pardillo.



  Emocionado por mi inociencia empezó a darme una charla sobre los pedos, de por qué exiten, qué tramisten, qué se siente cuando te tiras uno. Lo mejor fue cuando no se ni como ni por qué ligo el mundo del pedo a la política, diciendo que este es un símbolo del proletariado. Luego me empezó a decir que para él, tirarse pedos tenía el significado de compartir, de confianza y que debía sentirme afortunado. Y siguió su discurso con que el pedo es más que un simple aroma, qué si te paras a escuchar uno puedes darte cuenta del estado de ánimo de la persona. Así, según la versión del Piu, cuando se tiraba un pedo nauseabundo era porque su estado biológico no era optimo, bien porque había desayunado bastante, bien porque el queso que llevaba la pasta o la pizza era muy fuerte...Me contó que la mayoría de los que se habían fugado por su ano, eran pedos con ruído porque esto significaban complicidad, buen rollo, al igual que los fuegos artificiales indican en las fietas el comienzo de la diversión. Me acuso de ser el típico que se tira pedos silenciosos, de esos  que solo se tiran las personas falsas que nuncan daban la cara. El muy degenerado acabo invitándome a tirarnos pedos al unisono, y jugar al pedo más largo.


- Tú lo que eres es un denegerado. Me estas dando el día, no me bastaba con verte embutido en esos calzoncillos de la talla S, qué ahora quieres una fiesta de pedos. ¡Por dios cierra todos tus orificios de una vez y dejame tranquilo!

- Vale, he captado la indirecta  me callo e intento aguantarme los pedos hasta llegar al hotel.


Llegamos a Cagliari completamente en silencio, ¡gracias a Dios!, hasta que el Piu volvió a perder la orientación y los nervios a la entrada de la ciudad. Igual que en el día anterior le pedí que me dejara conducir. Esta vez estaba casi seguro de encontrar nuestro hotel, solo tenía que llegar al aeropuerto que estaba a  7 km más alla. Pasados 10 minutos de infructuosos intentos de encontrar el caminio, el Piu, paro el coche y me pidió que lo cogiese. En ese momento seguí cada uno de los puntos del plan estratégico que había diseñado el día anterior, llegando en poco tiempo hasta la rotonda que estaba enfrente del hotel, pero si no llega a ser por un chillido del Piu hubiera tomado la salida equivocada.

- ¡Esto si que es trabajar en equipo meu!

- Es increíble que estés al lado del hotel y no lo mires, ya te paso ayer.

- Es que cada vez que entro en una rotonda, sufro tres ataques de ansiedad consecutivos que no me dejan ver nada.

Subimos contentos y felices a la habitación del hotel, nos acicalamos, nos pusimos guapetones (esa noche había que darlo todo por nuestro país), bueno el Piu hizo lo que pudo, los milagros son cuestión de fé. Yo me puse un polito rosa y blanco, unos vaqueros en plan casual y el Piu se vestió en plan perro flauta con una camiseta que tenía un viejo lema de la bruja Avería “Arriba el mal, abajo el capital”.

De esta guisa y con la moral por las nubes, nos fuimos andando hasta el centro de Cagliari. Mientras conversábamos animadamente por el caminio, se acerco a nosotros un pakistaní que le ofreció flores al Piu. En ese momento, un ciento de horribles pensamientos empezarón a azotar mi cabeza: ¿Por qué no me ofreció a mis las flores?, ¿Pensará que soy un muerde almohadas?, ¿Por qué la gente del hotel nos mira con el rabillo del ojo?, ¿pensará que somos un  par de mariconazos?, ¿será por eso que no se ha acercado a nosotros ni una sola ragazza?,¿y si un par de generados?, ¿por qué huyo todo el mundo tan rápido de la playa de Tharros?, ¿pensaría que eramos un par de maricones de playa que pretendíamos hacer sexo anal?...(Rato por dios deja de pensar, que se te va a joder la noche).

Cuando finalmente llegamos al centro de Cagliari, estamos valdados, el caminito nos había llevado unos cuarenta minutos a buen ritmo y soportando un calor de cojones. Por no hablar de las seculas psicológicas que me había producido mí último encuentro.
Una vez allí, el Piu quería a pararse a cenar en el primer sitio que vio.

- ¡Qué haces!, vamos a echar un vistazo por ahí. Creo que recuerdo una zona con restaurantes guapos.

- Vale, pero que sea pronto que me muero de hambre.

- Tú sígueme y nada de tirarse pedos, ¡qué te conozcoooo!, ¡no me asustes al personal!


Pululamos un rato por ahí hasta que vimos un restaurante que nos sedujo por su situación, por lo variato del menú, por el precio y a mi además porque lo regentaba una china...bueno esto último me convenció a mi porque el local al igual que el resto estaba atestado de gente y solo una chop suey es capaz de organizar todo para que no se le escape un solo cliente. Yo creo que es algo genético.

Así que isofacto me dirigi a hacía la seguidora de humor amarillo y le pedí una mesa para dos. La tía posiblemente no entendiera ni papa de italo-español pero al momento desalojo una mesa y nos invito a sentarnos. ¡Ay quién me diera tener una chinita en mi loft!

Nos sentamos, vimos la carta, lo primero decir el vinito que nos íbamos a tomar. Optamos finalmente por un blanco. Después elegimos un primero y un segundo, entre más de 100 platos diferentes escritos en italiano, lo que reducia nuestras posibilidades de acertar con nuestra elección.

Para mitigar mis miedos el Piu me dijo que me pidiera el plato número 23 de antipasti que era el que él se había pedido en nuestra visita Sant`Antioco. Me pareció buena idea porque me había quedado con ganas de degustar un buen plato de pasta en este viaje. De segundo después de darle muchas vueltas elegí calamari, por lo menos esta vez estaba seguro de lo que me iba a llevar a la boca. El Piu pidio una ensalada di mari, y pescaditos fritos.

Nos tardarón en servir un buen rato el primer plato, por supuesto la camareri no era china, sino ya hubiéramos terminado de comer. Cuando por fin nos trajo los primeros, me quede un poco extrañado porque nos sirvió ensalada di mari y calamari rebozados. 




- ¿Pero los calamari no eran el segundo plato?

- Si creo que si, se habrá confundido no te preocupes Rato, seguro que te los trae luego.

 Bueno, eso espero.

Cual fue mi sorpresa cuando la cameri me sirve el segundo plato. ¡Otra vez calamari!, eso si, ahora a la plancha. ¡Joder!, ¿por qué le habré hecho caso este puto mendrugo?, ¡si su comprensión oral es nula y la escrita es igual que la mia!, ¡soy un autentico gili!...Pues nada a comer otra vez calamari, ¡qué buenos!... Creo que al Piu le di un poco de pena y me dijo que compartiéramos los platos, así podría comer otra cosa distinta de un cefalópodo. 

Llego la hora del postre y como se nos había terminado el vino, consideramos que era una buena sobremesa un par de  Ichunsa de medio litro. Mientras bebíamos y hablamos de lo divino y lo humano, no se a cuento de qué, le dije al Piu que creía que tenía una inteligencia entorno a la media. No me imiginaba la que se iba a montar, mi rating le sento como una patada en los cojones, peor que si lo hubiera llamado stupido, cretino, imbecille,  sacco di merda, Figlio di Puttana, testa di cazzo, vaffanculo, torrone di merda, polentoni fascisti... Durante un buen rato, estuvo intentando convencerme de su intilegencia, pero no lo consiguió, supongo que soy demasiado optuso para no ver un cráneo privilegiado como el suyo. Pero hoy, más de un mes después, quiero redimirme, y reconocer las cualidades intelectuales de mi amigo y compañero de viaje, por eso he puesto en mi perfil el libro que ha escrito “Un epitafio axeitado”, como una de mis lecturas favoritas, que recomiendo  desde aquí encarecidamente.

Supongo que en parte, todo su cabreo era producto del alcohol. El Piu iba ya bastante mamado y no paraba de desvariar, lo único que me repetía es que quería un pitillo.

Tenía que saldar mi afrenta, así busque desperadamente una máquina de tabaco (único lugar donde podíamos encontrar tabaco a esas horas) para tranquilizarlos. Después de un buen rato dando vueltas, encontramos una, introducimos el dinero, seleccionados nuestra marca y... ¡nada! Empezamos a analizarla, probar con otro tipo de tabaco, intentar pagar con tarjeta, observar cada uno de sus orificios pero na de na. Finalmente nos rendimos, había que joderse y no fumar.

De camino hacia ninguna parte, empezamos hacer nuestras cabalas y nos preguntamos: ¿Cómo controlarían que los menores no comprasen tábaco?...

- ¡A lo mejor, hay que introducir el DNI!


- Ostia, puede que tengas razón. ¿Por qué no probamos en la máquina que vimos cuando íbamos  a cenar, en la zona de bares?


- Claro, vamos "pa" alla.


Llegamos y había una cola de cojones para comprar tabaco. Mientras esperábamos, vimos como los italianos tenían que meter una especie de tarjeta sanitaria para poder comprarlo. A todo esto un español que teníamos delante le pidió a un italianini que le dejará la tarjeta  y ahí nosotros aprovechamos la ocasión, pidiéndosela también.

¡Equilicuá!, ya teníamos tábaco, ¡pero que listiños somos! Ahora solo teníamos que buscar un garito donde poder beber algo. La marcha en Cagliari se caracteriza por pedirte las consumiciones en los bares, para luego salir afuera y charlar animadamente con otra gente, como si fuera un macro botellón de pago.

El Piu se pidió un licor de mirto, y yo, como no, una Ichunsa. Nos sentamos en unas escaleras y charlamos. Seguimos bebiendo un par de cervecitas más, hasta que decidmos volver al hotel. El problema ahora era coger un taxi, no se atisbaba ninguno en toda la ciudad. Ibamos caminando, bueno el Piu iba arrastando sus pies en zizageo, de un lado para otro en busca de un puto taxi. Hasta que al final vimos uno que paro, nos pregunto a donde íbamos, le dijimos el nombre de nuestro hotel y nos dijo que nos subiéramos.

El Piu le pregunto porque no había demasiada marcha en la ciudad, respondiéndole el taxista que la mayor parte de la gente estaba en la playa de Poetto. Allí, se estila salir en plan ibicenco, tomandote unas copas en los chiringuitos de la playa.

Yo, la verdad, no se como el Piu era capaz de articular palabra, y no digo esto por lo borracho que estaba, sino porque íbamos a toda ostia por el medio ciudad y me estaba dando la sensación de que en cualquier momento nos íbamos a estampar. Creo que es peor ir con un chofer italiano que conducir tú mientras esos putos zumbados te hacen la vida imposible.

La carrera nos costo la friolera de 18 €, un Ave María, un Padre Nuestro, un Jesusito de mi Vida y unos gallumbos manchados. No nos importaba, ¡por los menos seguíamos estando vivos!

Llegamos al hotel, me puse mi pijamita como pude, mientras el Piu se quedaba solo con sus malditos calzoncillos negros, y nos dormimos. Esta vez, pase del puto despertador.

Colorín, colorado, otro día se ha terminado.

Un abbraccio,

Rato Raro








viernes, 12 de agosto de 2011

¿Cuánto pesa el cerebro de un mendrugo? (Un viaje a Sardegna: Día 3 Sant` Antioco Cerdeña-Pula)


Nos levantamos a las 8:30 h, nos duchamos y bajamos a desayunar. A diferencia del día anterior, preferí desayunar un poco más fuerte por temor a que volviéramos a tener algún percance con la comida.
Cuando iba a empezar a tomarme mi frutita, el Piu Bello, me dijo:


- Rato, voy a subir a la habitación


- ¡Joder!, ¡espera por mí, qué estoy terminando!


- Es que como todas las mañanas, tengo que liberar a Willy


- ¡Por favor, no lo hagas!, ¿no recuerdas la que montaste ayer?


- ¿Y donde coño quieres qué exteriorice mi malestar?


 Pues no sé, pero aquí no, siento que todo el mundo en el hotel se queda conmigo por tu puta culpa.


 Lo siento Rato, me voy, llego la hora de bombardear Hiroshima, ¡no aguanto más!

Un sudor frio recorrió mi frente cuando se marcho. Sabía que llegaría el momento en el que tendría que subir a la habitación del hotel a por mis cosas, ¡y entonceeees!...

Cogí valor, pensando en el olor que tienen que soportar, cada día, los habitantes de la ciudad de Pontevedra por culpa de la planta Ence. ¡Si ellos pueden, yo también!, ¡qué coño! y subí, con un par, las escaleras.

Me iba acercando a la habitación y no notaba ningún tipo de emanación desagradable. Por un momento, pensé que esto podría ser provocado por el estado de frenesí que me había autogestionado, ¡el poder de la mente puede ser un instrumento sumamente eficaz en un período de esfuerzo máximo!

Llamé a la puerta, con un par de golpes secos, sin pensar, ni por un instante, en los riesgos que estaba asumiendo.  Como sucedió el día anterior, el Piu Bello tardo en abrirme.

Después de cinco largos minutos de concentración ninja máxima, el Piu Bello me abrió sonriente la puerta. Quiso darme un empujón para que dejara de hacer el “gili” y pasará para dentro de una vez, pero yo Rato Sam, hábilmente lo esquive, no fuera a ser que no se hubiera lavado las manos.

Al poco rato, el Piu, me dijo:


- ¿Qué?, ¿huele?


- No, la verdad es que no. ¿Pero?, ¿no subías a la habitación a practicar un exorcismo?


- Claro, estuve buen rato diciendo: ¡sal de mí!, ¡sal de mí!, hasta que lo expulse el diablo que llevaba dentro.

Entre en el baño incrédulo, ¡y sí!, pude reconocer un leve olor a m..., estaba claro que el Piu había hecho allí la danza del vientre.

El Piu, me comentó que había puesto en práctica una extraña teoría de  los aborígenes de la Sierra del Caurel, que consiste en tirar de la cisterna, justo cuando terminas de peinar los pelos del culo hacia fuera. MUY IMPORTANTE: No os podéis levantar, ejerciendo a sí de tapón frente a los malos olores, mientras no hayáis tirado de la cadena.

La teoría, aunque puede  parecer absurda, funcionó. Así que, si alguno de vosotros sufre de la peste porcina, como mi amigo el Piu, podéis ponerla en práctica.

Después de estar un buen rato hablando sobre el tercer ojo y de historia del mundo de la defecación, nos marchamos rumbo a la isla de San Antioco, situada al suroeste de Cerdeña.

Como en el día anterior, conducir por Cerdeña fue un puto infierno, pero gracias a Dios y al arcén de las carreteras llegamos, sanos y salvos, a la isla de San Antioco, realizando nuestra primera parada en la ciudad que le da nombre.

Aparcamos el coche en zona hora, hecho que me emociono bastante, ¡Por fin iba a poder gastarme alguna de las monedas que había recolectado para este tipo de menesteres! El sistema de pago es un poco curioso, no es como aquí que metes las moneditas en una máquina, sino que tienes que buscar a un gicho que pulula por ahí y qué te da un papelito que establece el tiempo máximo que puedes estar aparcado en función del dinero que le hubieses dado, ¡supongo que por razones como esta Italia ha estado tan tiempo en el G8!

Tuve que recorrerme media ciudad hasta que lo encontré, bueno...para ser sincero San Antioco no es muy grande, por lo que no me costo mucho encontrarlo. Le dije chapurreando italiano, español e inglés que  había dejado el coche aparcado dos calles más allá  y que quería saber cuanto le debía. Él me pregunto que hasta que hora tenía pensado quedarme, yo le dije que como mucho que hasta las 16:00 h. Sonrió y me contestó que no hacía falta que páguese nada porque eran casi las 12:00 h y que allí no se pagaba de las 12:00 h – 17:00 h. No me lo podía creer, ¡joder!, para una vez que encontraba un sitio donde cobraban por aparcar, no me dejaban ejercer mis derechos. No me di por vencido y estuve dándole un buen rato la paliza para que me cobrase, aún que sólo fuera un euro. El tío, creo que más bien por pena, me pidió 60 céntimos y me dio un papelito que acreditaba la legalidad de mi estacionamiento hasta las 17:00 horas. ¡Cosas como esta, me hacen ser un Rato feliz!

Con todos los papeles en regla, el Piu y yo, nos dimos un paseo por San Antioco, pueblecito la verdad, con mucho encanto. Mientras paseábamos por su puerto, vimos un montón de barcos que ofrecían actividades de pescaturismo, algo por lo que parece, es allí muy típico.

Para conocer algo más sobre la isla, nos dirigimos a una oficina de turismo. Una vez allí, aprovechamos para  pedir un poco de información y ligar con la ragazza que nos atendía. Estuvimos haciéndonos los simpáticos durante un buen rato, hasta que llegó una familia francesa, abusar de su confianza y jodernos el rollo.
Jodido el ligue, nos fuimos de expedición buscando una de esas tremendas calitas que rodean toda la isla de las que nos había estado hablando la guía, mientras el Piu no paraba de verle el escote. Según él, porqué el idioma corporal hace más comprensible lo que te dice otra persona, cuando esta te habla en otra lengua.

Dejando de lado, esa absurda teoría de que los pechos de una mujer pueden ayudar a mejorar tu italiano, cogimos el coche y paramos en la primera playa a la que se lléguese en un camino asfaltado.

Aún que la playa no tenía ni un solo gramo de arena, fue una de las bellas en las que jamás he estado nunca. Como me resulta difícil describir tanta belleza, me limitaré a decir que era un paraíso entre las rocas.

Durante una hora disfrutamos de su agua, sus vistas, y de los horribles masajes que hacían las putas piedras en nuestros pies. Iban a ser las tres, cuando decidimos volvernos a Sant Antioco para comer.

Comimos en una de las múltiples terrazitas que te puedes encontrar en este maravilloso pueblecito. Lo más gracioso de este momento, fue escuchar al Piu, cuando la camarera nos preguntó que es lo que íbamos a comer.  El Piu, le repitió, al menos diez menos, en portu-italiano el plato de pasta que quería. Derrotado y hundido al ver la cara de interrogante de la camarera, le dijo en inglés el número del plato que quería y esta por fin le hizo un gesto de como de haberle entendido y le sonrío. Comimos, bebimos y fumamos felices, disfrutando de aquel bello lugar.

Terminamos de comer, y abandonamos la isla, con la promesa de que si un día volvíamos a Cerdeña, nos alojaríamos allí y no en Cagliari. ¡REDIOS!, ¡Algún día volveré!

Desde allí, nos dirigimos a Pula, para ver la ciudad fenicia de Nora, probablemente la más antigua construida en Cerdeña. Cuando llegamos no tuvimos mucha suerte, la zona de parking era gratuita, y no pude liberar nada lastre que copaba mis bolsillos.

Realizamos una visita por su zona arqueológica. Íbamos con una guía  que daba sus explicaciones durante el recorrido en italiano y en inglés. Nosotros decidimos escucharla en italiano, no sé por qué, quizá porque hablaba primero en este idioma o porque  independientemente del idioma éramos conscientes de que le entenderíamos lo mismo.

Entender tan solo un tercio de lo que te están contando, tiene su encanto. Da rienda libre a tu imaginación y te permite tener acaloradas discusiones con tu acompañante sobre la explicación que en esos momentos esta dando la guía. Curiosamente, los dos escuchamos cosas diametralmente opuestas durante todo su speech.

Al terminar la visita, nos tomamos due birre en un chiringuito cercano, para dejarnos acto seguido caer sobre la arena de la playa de Nora. Por cierto, la playa era Piu Bella.

Después de un baño y una buena siesta, nos volvimos a Cagliari. El último trayecto lo condujo el Piu que como siempre iba nervioso diciendo una multitud de improperios contra las habilidades automovilistas de los sardos. Al entrar en Cagliari, se hizo la picha un lio, y nos perdimos. Le hice una pequeña broma para quitarle hierro al asunto y apunto estuve de morir asesinado. El Piu, había perdido totalmente el control, estaba fuera de si, y acabamos con el coche en una localidad cercana a Cagliari, cuyo nombre no recuerdo ni quiero acordarme. Le insistí para que me dejara coger a mí el coche, y le dije que en el estado en el que se encontraba no íbamos a llegar nunca. Después de un rato, haciendo oído sordos a mis suplicas, paro el coche sin previo aviso en el arcén,  se bajo, se fumo un cigarro y me pidió que lo cogiera.

La verdad, es que soy un desastre orientándome y era consciente de que me iba a costar un huevo encontrar el hotel. Así que me hice un pequeño planing mental:

1. Sabía que nos habíamos pasado Cagliari, así que teníamos que dar vuelta.

2. Recordaba  más o menos el camino que había seguido el taxista cuando nos había llevado al hotel desde el aeropuerto.

3. Tenía que encontrar el aeropuerto. Esto no tenía porque ser muy difícil, ya que estaba perfectamente indicado al entrar en Cagliari.

4. Encender las luces, era de noche.

5. Rezar a San Pancracio. Un poco de ayuda divina no viene nada mal en estas situaciones.

Con estas premisas, agarre el volante, encendí el coche, puse primera y me desee suerte. Iba jodidamente nervioso, creo que se me calo el coche al menos unas 5 veces. La falta de confianza en mi orientación, unido al riesgo que supone conducir entre kamikazes sardos me estaba comiendo la moral. No me fue difícil encontrar el aeropuerto, había cientos de carteles que indicaban como llegar, parecía que mis oraciones habían surtido efecto. Cuando estaba casi enfrente del hotel, me equivoque de salida, ¡mierda, ahora si qué estábamos jodidos! Pero el Piu, resucito como cual Ave Fenix, indicándome como llegar. Por fin estábamos en el  hotel, nos abrazamos, sonreímos, e intentamos dejar aparcada la difícil situación que habíamos vivido.

Lo primero que hice al llegar al hotel, fue ducharme, necesitaba relajarme, estaba todavía muy tenso. Los veinte minutos que estuve bajo el agua consiguieron tranquilizarme. Ya podía salir, y volver a disfrutar de nuevas aventuras. Pero lo que no me esperaba ver al salir del baño, era ver al Piu, semidesnudo (únicamente llevaba embutidos unos calzoncillos negros), en posición horizontal en la cama, boca a bajo, moviendo sus pierninas de un lado para otro, y diciendo:


- Rato, sabes ¿cuándo pesa mi cerebro?


- Después de lo que estoy viendo, poco o nada. Anda dúchate, vístete y vamos a cenar algo.

El muy mamón estaba jugando todo feliz al braintraining en la Nintendo DS, disfrutando, por lo visto, de su escasa inteligencia.

Nos fuimos a cenar a un Panini llamado el Inferno que había cerca del hotel. Su nombre de debía a que tenían una especie de bocata de carne de pollo bañado en salsa picante. Antes de elegir nuestros paninis, nos pedimos, como no, due birre Ichunsa de medio litro y reflexionamos con calma nuestra elección.

Yo me decante finalmente por el panini inferno. Tengo que reconocer que adoro el picante, lo cual me ayudo a declinarme rápidamente por esta opción, mientras que el Piu, se pidió un wrüstel. El camareri me pregunto si lo quería con mucho picante, a lo cual respondí afirmativamente. Nos fuimos, mientras nos preparaban los paninis, fuera del local a echarnos un cigarrito. Yo con el rabillo del ojo, vi como el camereri sonreía y hacía gestos de complicidad con una pareja sarda que estaba por allí, mientras se esmeraba en empaparme el panini en salsa picante. Llegó el momento de probar nuestros bocatas, y yo notaba como la expectación era máxima cuando iba a dar mi primer bocado. La desilusión entre la afición fue máxima cuando vieron que lo estaba comiendo, sin apenas inmutarte, ¡de verdad que siento qué no pudierais reíros de mi, malditos fillos da putana! Estuve a punto de preguntarle al camareri, si me había puesto algo de picante en el panini, pero al final, no se porque extraña razón me contuve.

Después nos volvimos al hotel, le pregunté a mi compañero de viaje a que hora se quería levantar, el me dijo como siempre que a las 9:00 h, así que puse el despertador a las 8:15 h, apagamos la luz y yo al menos me quede frito al momento.

Y colorín, colorado, otro día se ha terminado.

Un abbraccio,

Rato Raro

jueves, 4 de agosto de 2011

El Piu Bello (Un viaje a Sardegna: Día 2 Cagliari –Villasimius - Muravera)

Nos levantamos a las 8:45h, nos duchamos y bajamos a desayunar. A mi como me gusta desayunar ligerito, tome sólo un chocolate, dos minicroissants, un pedacito de bizcocho de chocolate, una mus de la que no logré identificar su sabor, un flan, un platito de bacón y para terminar un poquito de sandia, melón y piña.

Cuando comenzaba a tomarte la frutita, Soyunmendrugo me dijo:


-Creo que un monstruo quiere salir de mis entrañas


-¿Cosa?


-Nada hombre, que la tortugita está asomando la cabecita.


-Perdona, debo estar dormido, ¿qué coño me estas contando?


-¡Joder tío!, ¡pareces papaostias!, ¡TENGO GANAS DE CAGA!


-¡Oye tío!, ¡no hace falta que  radies a todo el hotel tus necesidades intestinales!

Él subió a la habitación del hotel, a dar rienda suelta a su ano, mientras yo tranquilamente seguía desayunando.

Cuando terminé, subí a la habitación. A medida que me iba acercando, se hacía más y más fuerte un profundo y desagradable olor. Llamé a la puerta, Soyunmendrugo tardo bastante rato en abrirme, supongo que por no había terminado de hacer todas sus necesidades. Mientras esperaba aguantaba la respiración todo lo que me fuera posible. Por momentos tuve miedo de volver a respirar, pero soy dependiente al O2, así que tuve que volver abrir las fosas nasales y joderme. Al abrirme la habitación, esta desprendió un tremendo olor a... La alarma del hotel no tardo en sonar ni un segundo, llamando a la puerta, acto seguido, dos personas del hotel. Nos preguntaron qué de donde provenía ese olor, yo como no me expreso muy bien en italiano, me limite a señalar el culo de Soyunmendrugo con el dedo.

El personal del hotel acompaño, con la nariz tapada, a empujones a Soyunmendrugo a la calle y le dijo que no volviese hasta dentro de un par de horas.

Como nos habían echado del hotel y faltaban más de 3 horas para recoger el coche de alquiler que habíamos reservado, decimos ir al centro de Cagliari. Tuvimos que ir andando, porque todos los buseros le negaron la entrada a Soyunmendrugo. Su trasero seguía oliendo y no querían poner en riesgo los conductos respiratorios de los demás pasajeros.

Llegar al centro desde hotel, lleva aproximadamente unos 40 minutos. Mientras caminábamos intentaba estar lo más alejado posible de Soyunmendrugo, no corría el aire y la intensidad del olor aún que había disminuido, seguía siendo bastante fuerte. Mi estrategia fue la siguiente: caminar muy despacito, sabía que él no aguantaría ese ritmo, con lo que fue todo el camino SOLO, y digo SOLO de forma literal, porque la gente, los pájaros, insectos y demás seres vivos, se iban apartando a su paso.

Nuestra primera parada fue en el anfiteatro romano, decidimos no entrar, porque desde nos encontrábamos lo veíamos todo perfectamente. La siguiente parada fue el museo arqueológico de Cagliari. Cuando entramos no había nadie en la puerta por lo que no pagamos ningún tipo de entrada. Esto me parecía muy emocionante, me recordada a cuando entre con el señor Razonesobvias por la puerta de salida en un museo de Florencia. No nos dimos cuenta hasta que llevábamos recorrido más de la mitad del museo y nos preguntamos por qué todo el mundo iba en dirección contraria a la nuestra. En un primer momento, pensamos que esto era así porque los italianos eran raros, pero después vimos unos carteles que ponían EXIT con unas flechas que indicaban hacía donde nosotros habíamos entrado. ¡Supongo que la final los raros éramos nosotros!

La razón por la que no había nadie en la puerta en el museo de Cagliari, era simplemente porque ese día era gratis, algo que me negué asumir durante la visita y decidí vivir intensamente el museo como si me hubiera colado.

Después nos fuimos a tomar due birre a una de las terracitas más céntricas de Cagliari. Nos cobraron 9€ por las dos. A Soyunmendrugo casi le da un patatus cuando pido il conto. Hizo el amago de que le faltaba la respiración, pero como vio que yo me negaba hacerle el boca a boca, se recupero al poco tiempo con una mala hostia de cojones.

Cogimos un autobús, Soyunmendrugo tan solo olía a sudor, y fuimos hasta el aeropuerto, lugar donde teníamos que recoger el coche de alquiler. Nos dieron un Fiat Panda, color azul pitufo, a mi me dejo prendado desde el primer momento, solo subirme en él y me empancé a sentir Lewis Hamilton.

Antes de empezar a conocer la isla, fuimos hasta el hotel, a recoger las toallas, bañadores y demás cositas para la playa. Después fuimos a un supermercado que había al lado del hotel, porque yo necesitaba comprar un cepillo de dientes, en mi neceser solo había puesto su capucha cuando hice la maleta. También aprovechamos para comprar protector solar y proteger así nuestros cotizados cuerpos.

Como no teníamos claro a donde dirigirnos en nuestro primer día con coche, decidimos volver al hotel y pedirle al recepcionista que nos recomendará algún sitio. Él nos dijo que fuéramos a la zona de Villasimius, que era PIU BELLA. Con el tiempo y después de haber escuchado la radio en Italia durante horas, me di cuenta que estas dos palabras eran las que más repetían los italianos. Entendí que ellos, sienten que todo en su país es hermoso, por lo que yo para integrarme lo máximo posible en este ambiente, decidí llamarle a Soyunmendrugo PIU BELLO. Soy consciente de que se parece más a un würstel, una especie de perrito caliente con patatas fritas que se come en la isla, pero creo que todo el mundo, a pesar del olor que pueda llegar a desprender, tiene derecho a su momento de gloria, así que durante todo el viaje deje de llamarlo por su nombre y lo pase a llamar PIU BELLO (de que aquí en adelante Soyunmendrugo pasa a llamarse PIU BELLO en este y sucesivos post sobre nuestro viaje a Cerdeña).

Coger el coche en Cerdeña es una autentica locura, los isleños están completamente zumbados, no respetan ningún tipo de norma, para ellos no existen los límites de velocidad, las líneas continuas, los arcenes etc. El camino hacia Villasimius fue una autentica tortura, mi copiloto el PIU BELLO, iba literalmente con sus aceitunas puestas como corbata.

A las 15:30 horas, decidimos parar en una playa de Villasimius, nos tomamos un baño y buscamos un sitio donde poder jalar. La arena quemaba de cojones y no te quedaba otro remedio que ir corriendo hasta cualquier sitio, si no querías que tus pies se quedasen carbonizados. Buscamos en la playa un chiringuito donde poder comer, pero nos resulto imposible, y bastante agotador (por las carreritas que había que pegarse). Ninguno de los tres que había, tenían bocatas, y el restaurante que había cerca, cerraba a las 15:30 h. Nos tuvimos que joder y nos quedamos sin comer. Yo lo pasé bastante mal, si llego a saber esto, no hubiera desayunado tan ligerito.

Al poco tiempo nos fuimos de la playa, al PIU BELLO, no le gusta parar durante mucho tiempo en ningún sitio. Esta vez cogió él el coche. Cuando llevaba conducido apenas unos 100 m, empezó a decir todo tipo de improperios contra los otros conductores, sin darles tregua ni tan siquiera un solo nanosegundo.

Hicimos varias paradas por distintos sitios de Villasimius, disfrutando así del bello paisaje de este lugar paradisíaco.

A las 17:00 h, todavía sin comer, decidimos ir a Muravera, que estaba situada aproximadamente a unos 50 km al norte del lugar donde nos encontrábamos. El trayecto nos llevo a aproximadamente una hora. Atravesamos con el coche el pueblo que no parecía gran cosa y paramos en la primera playa que encontramos. Antes de depositar nuestros tremendísimos cuerpos (en el caso del PIU BELLO, digo esto por sus dimensiones) sobre la arena, fuimos al primer chiringuito que encontramos y pedimos due birre Ichunsa. Vimos en un cartel que había también bocadillos y hamburguesas, lo leímos con gran emoción porque todavía no habíamos comido. Como no teníamos ni puta idea de lo que llevaban los bocatas, decidimos pedirnos unas hamburguer porque ahí jugamos sobre seguro, o por lo menos eso creíamos. Mientras esperábamos, se nos empezaba a caer la baba con la emoción de que por fin íbamos a hincar el diente, pero cuando vimos al camareri sacar dos hamburguesas precocinadas del congelador, nuestra alma se cayó a rolos por la arena. La puta hamburguesa no sabía a nada, supongo que debimos ser los únicos desesperados hambrientos  imbéciles que pedimos la mierda esa, durante los cinco últimos años. A pesar de eso, la terminamos, teníamos que engañar a nuestro estomago.

Después nos bañamos y descansamos un buen rato en nuestras toallas, en una playa que en comparación con las que habíamos visto en Villasimius parecía de lo más vulgar. Yo me quede roque casi al instante, una hora más tarde, cuando abrí mis preciosos ojos verdes, PIU BELLO ya estaba vestido, esperando por mi para pirarse.

Volvimos a Cagliari por una carretera infernal, llena de curvas, y de italianos colgados que me hacían perder los nervios, recorriendo mi mente una serie de pensamientos impuros...¡Ojala te venga otro puto loco de frente y te estrelles, MAMÓN!

Cuando llegamos a Cagliari, encontrar el hotel no fue nada fácil. Como me pasa habitualmente cogí siempre la dirección incorrecta, lo que nos hizo estar un buen rato, dando otra vez más vueltas por Cagliari, ¡por lo menos esta vez no era en un jodido autobús!

No se si por azar, o por lo que una vez la suerte estaba de nuestro lado, al final encontramos el camino. Subimos al hotel, mientras nos prometíamos dar un homenaje a nuestros estómagos por la noche, a pesar del riesgo que esto podría suponer para mi salud y la del resto de los isleños, cuando el PIU BELLO evacuara.

Nos duchamos, y salimos a buscar un sitio para cenar en las proximidades del hotel, siendo conscientes  que por lo visto la noche anterior, no había gran cosa. Al final, después de no encontrar nada durante un buen rato, decidimos probar en el restaurante que habíamos visto al lado del gimnasio la noche anterior. Cuando entramos, nos sorprendió gratamente, el local estaba lleno de italianos comiendo unos platos  piu bellos. Pedimos mesa, nos sentamos y tratamos de comunicarnos con el camarero. Primero nos pregunto si queríamos pizza o algún plato, a lo que le contestamos “de plato”. Le pedimos una carta, pero el jodido waiter se hizo el sueco y al final, no se como ni por qué, acabamos tomando un surtido de 10 platos, estilo tapas, con comida típica de la isla. Para acompañarlo, nos pedimos un vinito sardo que nos bajo bastante bien. Nos comimos todo, hasta la última miga de pan, ¡estaba buenísimo!, bueno salvo una especie de carne enrollada que no nos hizo puta gracia. Le preguntamos al camareri en inglés que tipo de carne era esa y él nos dijo “bear”, o por lo menos eso le entendimos los dos. El PIU BELLO me comento entonces una absurda teoría, en la que explicaba que el camarero quiso decir beef pero dijo bear. Como esta carece de ningún tipo de sentido, no voy hacer ningún tipo de comentario más al respecto.

Volvimos al hotel, nos metimos en la cama y  antes de apagar la luz, le pregunte al PIU BELLO:

-   ¿A qué hora quieres levantarte mañana?

-   A las 9:00 h

Así que puse el despertador a las 8:30 h, apague la luz y me entregue a los brazos de Morfeo.

Un abbraccio,

Rato Raro