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domingo, 22 de abril de 2012

BAHÍA DE COCHINOS

Los últimos cuatro meses han sido un infierno. Mi novia me dejo por un militante argentino de las juventudes del PP, mi perrita Lupita decidió que vivía mejor en casa de mis padres y nunca más ha vuelto a pasar por mi loft, en el trabajo me han ascendido a jefe de equipo, cobrando lo mismo,  y trabajando una media tres horas más (por lo menos ahora mis compañeros me odian por una buena razón), mi mejor  amigo no  me perdona que me en una noche, bajo los efluvios del  abismo emocional en el que me encontraba  y el alcohol, me hubiese liado con su hermana y mi madre desde que tiene un amante ha dejado de plancharme las camisas.

Comprenderéis que toda esta conjunción interplanetaria, me ha llevado a recluirme en mi yo interior y apartarme de cualquier tipo de relación humana, incluso las provocadas por este diminuto espacio del mundo internaútico.  

Hace  un mes, agobiado por la retención de fluidos que mi clausura me estaba provocando, decidí coger unos días de vacaciones y marcharme al último reducto de la revolución feromonal.

Después de nueve terrible horas en un avión, llegué  a mi hotel en la Habana. Luego de asearme, y rociarme con Baron Dandy, salí del hotel rumbo al Malecón. Parecía un buen punto de partida de mi visita a la isla. No llevaba recorrido ni 100 metros, cuando una mulatita se me acercó y pregunto:

- ¡Oye gallego!, ¿a dónde vas?

Al Malecón... ¿Es todo recto, no?

No vayas mi amoooor, ahora mismo lo están fumigando por la epidemia de dengue de Haití.

Vaya...ya se me  ha fastidiado el plan.

No te preocupes  mi amoooor, yo te llevo de llevo de visita por la Habana Vieja.

¡Redios!, ¡me acaba de encontrarme a un ángel!, mi suerte parecía que estaba cambiando.

Cuando estabas a punto de llegar a la Habana Vieja, Yoany (así se llamaba la mulatita), me dijo:

 ¿Te gusta la música cubana mi amooor?

Pues la verdad es que no mucho.

Yo te voy a llevar a un localcito, aquí cerquita, donde hoy por ser su cumpleaños, da un conciertito Amaranto. Y ya veras como te empieza a gustar.

A mí en principio me parecía un poco raro que el tal Amaranto fuera dar un concierto a las 11:30 h de la mañana, pero bueno ya se sabe...otro país, otra cultura y un tremendo trasero que me cegaba, lo hacía bastante creíble.

Entramos un local, donde no había más gente que los tres morenos maromos que lo regentaban. Gracias a que iba con Yoany,  no me llevo mucho tiempo la elección de la mesa donde sentarnos, solo tuve que ponerme a su lado en el sito que ella había elegido.

-Voy a pedino uno negrones, pa ti pa mi y para los compañero del local ya verás lo rebueno que están mi amooor.

La verdad es que aquel líquido viscoso, no me gustaba demasiado, sabía algo así parecido como a coca cola sin gas bañada con miel. Cuando estaba por el segundo sorbo, salió un viejo desdentado con una guitarra roída al escenario,  y se puso a cantar canciones tradicionales cubanas. Cuando iba por la tercera canción, el Negrón empezó hacerme efecto sobre mi vejiga y no me quedo más remedio que ausentarme durante un rato de aquel paupérrimo espectáculo. Cuando bajaba las escaleras que llevaban al baño, vi un cartel donde aparecía la foto del fulano que estaba tocando, que ponía “Concierto todos los días”…En ese momento el Negrón se me fue subiendo a la cabeza y después de mingitar con rapidez, me dirigí a la mesa echo un basilisco, me senté, y tomé el último trago de Negrón y ...

Hoy no es el cumpleaños de Amaranto, ¿verdad?

 Claro que si mi amor

¿Y por supuesto el dengue de Haití no se ha extendido al Malecón?

Mientras me estaba acordando de toda la familia de Yoany, se acercó uno de los morenazos a venderme un Cd del puto Amaranto.  Momento en el cual, aproveche para preguntarle cuando era la fecha de cumpleaños del susodicho.  Contestándome que había sido el día 20 del mes pasado. Yoany agacho la mirada y yo me fui cagándome en todos los amiguitos que había conocido nada más llegar a Cuba.

Y colorín, colorado, este primer capítulo se ha terminado.

Un abrazo,

Rato Raro

viernes, 11 de noviembre de 2011

Soy muy feliz con los tornillos que me faltan

Rato Raro esta malito. Lleva tres semanas malito. Esta vez no es por la acidez de estomago a causa del garrafon. De hecho desde que me he roto: el incisivo superior derecho, una funda del premolar inferior derecha, la pared interna de la muela del juicio inferior derecha y el radio de la mano izquierda a la altura de la muñeca, pienso no que llegaré a las próximas navidades. El jueves pasado fui al médico de cabecera a pedir la baja por recomendación expresa del traumatólogo. Y tengo un testimonio estremecedor de lo que viví allí. No sé si este post será a título póstumo. Aquí os lo dejo:

Jueves 3 de noviembre, 09:00 h a.m.

Me encontraba en la sala de espera del Doc. M.C., centro de salud Rosalía de Castro. Me rodeaba un montón de gente muy mayor, gente que muy probablemente no llegará a ejercer su derecho al voto en las elecciones del 20-N. Se respiraba mucha nostalgia del último viaje del INSERSO, supongo que da mucha pena saber que no volverás a disfrutar de María Jesús, su acordeón, y sus alegres pajarillos. La mujer que esta sentada a mi lado acaba de estornudar. Seguramente su último estornudo, cosa que agradezco porque la muy piggy no puso la mano.

La gente me mira y susurra:

-         Míralo. Con lo jovencito que es y esta hecho una pena.

Lo peor es que tuve que volver a escucharlo  repetidamente de las mismas personas, parecía como si estuviera en un acuario rodeado de Dorys (personaje de Buscando a Nemo).

Cuando piggy entró en la consulta del doctor, un tipo que era la fotocopia de Quoasimodo, se sentó a mi lado y me dijo:

-         ¿Qué tal joven?, ¿una putada lo de sus dientes?

Me contuve para no decirle nada sobre lo puta que había sido la vida con él y le contesté:

-         Si, me los rompí junto con la muñeca jugando una pachanguita de fútbol sala. ¡Ya ves!

Él continúa:

-         Yo también tengo un problema. Tengo estrabismo.

¡Pobre hombre! Cuando le corrijan la vista, menudo disgusto se va a llevar si se le ocurre verse al espejo.

Mientras un niño cabezón, no para de darse golpes contra el suelo mientras corretea por allí, atraído por la fuerza de la gravedad. Su madre, convencida de que no puede salvar a su niño de las leyes físicas, sigue charlando tranquilamente con la mujer que tiene a su lado.

¡Aquello parecía un casting de la taberna del retorno del Jedi!
Llegó el momento, la enfermera  grita mi nombre y me invita a pasar. El doctor examina mis radiografías, y confirma el diagnóstico del traumatólogo:

-         Rato, probablemente tengan que ponerte los tornillos que te faltan. Si quieres evitarlo debes intentar guardar el máximo reposo. Me hizo el parte de baja y me pidió que volviese (¡dios mio!, que no me encuentre a esa gente tan extraña) el lunes siguiente para confirmarlo.

Y en eso estoy, porque a parte del miedo que me dan las operaciones, no quiero tener problemas en los arcos de seguridad de los aeropuertos.

Un abrazo,

Rato Raro

sábado, 10 de septiembre de 2011

El imperio de los sentidos (Un viaje a Sardegana: Día 5 + Muravera)


Hay maneras horribles de depertarse, entre otras se me ocurren:

- Tener una pesadilla con una tribu de bosquimanos que te han hecho prisionero y te hacen makumba hasta morir.

- Que este año desvien el itenenario de las procesiones de semana santa y pasen todas por tu calle a las 5 de la madrugada.

- Que algún simpatico te eche un cubo de agua fría por encima, mientras estas teniendo un sueño placentero.

- La mañana después de que tu vecina del piso de arriba comenzará las clases de claqué. En estos casos lo mejor es convencerla que las deje antes de que comienze con el modulo de flamenco.

Que todas tus vecinitas hayan parido recientemente, despertándote, cada hora y quince minutos, los llantos de algún adorable recién nacido.

Podría seguir la lista, pero seguro que no se me ocurría ninguna tan desagradable como la que sufrí la mañana de mi quinto día en Cerdeña.

Ahora, recuperado de nuevo el habla y superado el transtorno psicológico que me acosianó, me veo con las suficientes fuerzas para compartirlo con todos vosotros.

Pues bien, mientras dormía como un bebé, en posición fetal y abrazito a la almuhada, el trasero del Piu solto una tremanda ventosidad que impacto en toda mi cara, dejando mi pelo como el de un punk, mi corazón al borde del paro cardiaco y mis ojos aturdidos por la imagen, una vez más, de esos calzoncillos negros apretados.

Después de unos instantes de shock, me levante, fui hacia la ventana e intente hacerme con todo el aire que pude para mis maltrechos pulmones.

El Piu se reía, se preguntaba que hac decía que la culpa era mia por acercar mi cabeza tan peligrosamente hacia su pompis. Siguio contandome que él no podía responder de lo que hiciera su culo mientras dormía, sobre todo en un día de resaca.


Pues nada, me aplique el dicho de “a palabras necias, oídos sordos”, y nariz tapada. Me fui mareado y cabreado hacia la ducha, quedándome bajo el agua, hasta que la tensión arterial volvió a su presión normal.

Bien, era el momento de bajar a tomar el desayuno, dándole la oportunidad, por lo menos a uno de mis sentidos, de disfrutar de los primeros momentos del día. 

Estabamos cansados, apenas habíamos dormido y pensamos que era un buen día para pasar todo el día en la playa, dejando que la resaca se fuera con las olas.



Elegido el plan, solo teníamos que elegir el destino. Pense que era un buen día para ir a Poetto, la playa de Cagliari. Así que cogí el coche, me levante el cuello de mi polo, me puse las gafas de sol, mande subir al stronzo del Piu y emprendimos camino rumbo hacia la costa.

Eran apenas las 10:00 a.m, había un tráfico descomunal, supongo que porque era domingo. Todo Cagliari y parte del extranjero, estaba allí, en la carretera, tenía que ser un tio duro, no me amilane en ningún momento, comportándome como uno más de esos Kamikazes. Incluso me llegarón a insultar y llamar loco por mi conducción temeraria. ¡Hay momentos en la vida en la que uno se siente tremendamente orgulloso de si mismo!

Tardamos casí una hora en llegar a Poetto, cuando lo normal, serían unos 10 minutos. Buscamos un sitio para aparcar, pero nada, no había hueco ni para una escúter.

Decidimos cambiar de plan y dirigirnos hacia una playa próxima, donde hubiera algún lugar donde aparcar. Paramos al menos en tres sitos donde no había problemas para estacionar, pero eran horribles. Así que decidimos ir hacia alguna de las bellas playas de Villasimius que tanto nos habían encandilado durante el segundo día de estancia en la isla.

Al poco rato, nos dimos cuenta que no habíamos tenido una buena idea, nos movíamos a paso de tortuga, de hecho un par de perros y un gorrino, llegaron adelantarnos por el arcén.

Teníamos que pensar en una alternativa. Debía ser una playa no demasiado concurrida  pero que no estuviera mal de todo. Repasando en nuestra memoria más reciente, las playas de Muravera cumplían con todos estos requisitos. Es curioso como la vida te lleva a volver a lugares que si no llegan a ser por las circunstancias cósmicas jámas repetirías.

Después de un par de kilómetros, encontramos un desvío hacia Muravera. Al final resulto ser una autovía recién terminada. Lo que a la postre nos iba a facilitar que llegásemos antes de lo previsto.

La aguja del marcador de combustible se aproximaba peligrosamente hacia la reserva. Yo recordaba que en el centro de Muravera había una gasolinaera y por la distancia a la que nos encontrábamos podíamos llegar sin problema.

Llegados a Muravera hicimos la parada en la gasolinera. No contaba con ningún personal, quizás por ser domingo, pero se podía repostar ya que existía la posibilidad de realizar el pago en un cajero automático situado en el propio surtidor de combustible. El Piu se encargo de hacer el repostaje y el abono, bueno lo intento... No sabíamos porque extraña razón no conseguíamos que saliese ni una sola gota de gasolina, después de haber introducido un billete de 20 €. Estabamos allí parados, viendo para el surtidor, esperando encontrar una solución a nuestro problema. Después de 15 minutos de inacción, un coche paro a respotar y decidimos preguntarle que es lo que habíamos hecho mal. El Piu de dirigió hacia al conductor, le explico lo que nos pasaba, él salió de su coche se dirigió hacia el surtidor y se quedo mirando para él, del mismo modo que lo habíamos hecho antes. Su mujer al ver a tres idiotas mirando para el surtidor, salió del coche y se dirigió hacia nosotros. No hizo falta que le explicásemos nada, nos dijo que eso a veces pasaba cuando alguna de las mangueras estaba mal colocada en el surtidor. Solo había que colocarla bien y nos echaría combustible sin problemas. Dicho y hecho, esta claro que el cerebro de una mujer es más de tres veces el cerebro de un macho alfa.

Obviando el rídiculo que habíamos hecho en la gasolinera, nos dirigiomos hacia a una de las playas de Muravera. Decidimos ir a una distinta de la que habíamos ido nuestro segundo día en la isla. Para no complicarnos mucho la vida, acordamos parar en el primer cartel en el que pusiese spiaggia que nos encontrásemos. Cuando nos metimos en el desvio hacia a la playa, el Piu, grito: ¡PARAAAAAAAAAAAA!, ¡Dios!, casí me da un vuelco el corazón. Pensé en lo peor..., que había atropellado a una ardilla o algo así. Deje el coche a un lado de la carretera, baje tembloroso, mire entre las ruedas, pero nada...Mientras yo revisaba los bajos del automóvil, el Piu estaba todo feliz al otro lado de la carretera, haciendo fotos a unos flamencos rosas. Menudo susto, esto me pasaba por no saber neardental.

Después de unas fotos, el neardental, perdón el Piu y yo nos fuimos hasta  la playa. Buscamos un sitio con sombra donde refugiarnos del sol abrasador. Lo único que encontramos fue en una esquina de la playa unos matorrales con árbustos, llenos de excrementos secos, creo que de cabra. En la vida muchas veces no te queda más remedio que elegir entre dos opciones no demasiado buenas. Nosotros nos decantamos por las cacas de cabras, no se si era la mejor alternativa pero si la que más no me apetecia. Limpiamos un poco la zona y nos tumbamos bajo la sombra de un arbusto. Después de una minisiesta disfrutando del olor a naturaleza, nos fuimos corriendo a darnos un baño, la arena quemaba de cojones. Después de un rato fuera de nuestra hábitat (o lo que os lo mismo los sucios matorrales), secándonos y achicarrandonos en la arena, decimos irnos a comer al centro de Muravera. Según el Piu porque había un montón de sitios para saciar nuestras tripas.

Una vez en Muravera, hicimos recuento de restaurantes abiertos, el total era de uno. Entramos ya que no teníamos otra opción, invitándonos a marchar el camareri acto seguido porque eran las 15:03 h y a partir de las 15.00 h no servían comidas. Ante esta situación, solo teníamos dos opciones:

1) Ir al chiringuito de playa al que habíamos ido nuestro segundo día en la isla y tomar una deliciosa hamburguesa reserva 2005.
2) Coger el coche y probar suerte.

   Como somos unos puristas con eso del año, solo nos gustan platos del 2011, nos decantamos por la segunda opción. De hecho ambos recordábamos que había un restaurante en la carretera caminio a la playa en la que habíamos estado. Cruzamos los dedos, yo además toque la cabeza del Piu, y cogímos el coche. En cinco minutos estábamos allí. Entramos y le preguntamos a una camereri, si todavía era posible comer. Se hizo el silencio, nos miro con cierta pena y finalmente nos dijo que si. Pedimos los dos pasta, siendo lo más destacable de la comida, a parte de lo buena que estaba, que no pedimos birre para beber, quizás por el efecto resaca.

Después de comer decidimos ir a ver una tumba funeraria  nuraghica, situada próxima al centro de Muravera, que una vez vista nos desilusiono bastante porque se encontraba en un estado lamentable de conservación.

Agotados de nuestra visita cultural en Muravera, decidimos ir en búsqueda de una nueva playa en las proximidades. Antes de coger el coche, decidimos fumarnos un pitillo a la sombra de un árbol. Mientras estaba allí charlando sobre alguna chorrada de la que ya no me acuerdo, un gatito enfermo se acerco a nosotros mahullando. El pobre quería algo de comida, nosotros no teníamos ni un triste mendrugo pan, por lo que no le pudimos dar nada. ¡Dios no se separaba de nosotros!, cada segundo se me encogía más el corazón. El Piu para distraer al michiño, lo llamo y empezó alejarse de mí para darme la oportunidad de que cogiera el coche sin que este me siguiera y corriera el riesgo  de ser atropellado. Subí al coche, lo arranque y el Piu corrió hasta subirse. Lo dejamos allí sólo, a su suerte, deseando, en silencio, que algún buen samaritano lo adoptara. Ahora sé lo que significa hacerse mayor, creo que no es más que aprender a torcer la mirada y sentimientos, como si nada pasara a nuestro alrededor quizás sea la única manera de ser feliz.

Buscamos otra playa en las proximidades, mientras  un sonidito había secuestrado mi cabeza “Miau, Miau, Miau”. Encontramos una al poco tiempo. Esta tenía, en sus proximidades, una especie de jardín arbolado en la que decidimos descansar un rato. A simple vista parecía un buen lugar, no había excrementos que pudiesen enturbiar nuestro descanso, pero pronto descubrí que la caca no era nuestra única enemiga. No tuve más que posarme encima de mi toalla para darme cuenta de que una especie de pinchos vegetales se clavaban por todo mi cuerpo. Me pase un buen rato  barriendo toda la vegetación, hasta que en el suelo solo quedaba tierra. El Piu, paso de todo, el tiene acostrumbadas sus posaderas a cualquier tipo de objeto punzante. Así que, se sento, cogío un libro y se puso a leer como si fuera un faquir encima de un montón de clavos, experimentando algún tipo de experiencia orgásmica. 

Llego el momento en el que me canse de estar en una toalla sobre un suelo perfectamente limpio y me fui a darme mi último baño en Cerdeña. El Piu decidio dejar sus placeres sadomasos y me acompaño. La playa era chiquita, con un montón de piedras y rocas, pero tenía su encanto. El Piu para divertirse se puso hacer el ballenator en el agua. La poca gente que había en la playa pareció no captar su sentido del humor y fue abandonandola poco a poco. De hecho llegamos a quedarnos solos. ¡Parece que ese era nuestro destino en la isla!

Llego el momento de volver a nuestro hotel. Por desgracia, las aventuras estaban llegando su fin. Tenía que aprovechar para disfrutar mis últimos momentos en las carreteras de Cerdeña, así que me puse las gafas de sol, subí el cuello de mi polo, ignore los espejos retrovisores, y cualquier tipo de palanca que accionase alguna luz que pudiese distraer la conducción de mis convecinos en la carreta. Me deje llevar y disfrute de las pequeñas cosas del camino, las largas colas, los insultos de otros conductores, del arcen, los frenos...

Y si, esta vez, llegue a la primera el hotel. Subimos, nos duchamos y nos preparamos para nuestra última cena en Cerdeña. Podíamos elegir entre un montón de restaurantes en Cagliari, pero nos pareció una buena despedida cenar en la bocatería ambulante donde tantas Ichunsas nos habíamos tomado, disfrutando del bello paisaje de la circonvallazione. Yo me despedí cenando un würstel y el Piu una hamburguesa, acompañados, eso sí, de nuestra cerveza favorita. Fue duro decir adiós a aquel puesto decadente, de pan reseso y de toldo imaginario.

Al llegar a nuestra habitación, supongo que por la emoción que nos embriagaba, no nos entraban las ganas de dormir. El Piu, se puso a leer y yo empezé a ver una pelí en alemán, creo que se titulaba Spun y su actor principal era Mickey Rourke. La verdad es que no me enteraba de nada pero me quede super engachado desde el principio. Me he prometido no verla en castellano, porque supongo que echaría abajo el argumento de la pelí que fue escribiendo mi única neurona, mientras visualizaba aquellas imaganes sobre unos tios que no paraban de meterse de todo.



Como todo tiene su final, la pelí se termino, apagamos la luz y puse el despertador a las 9:00 h para que nos diera tiempo a disfrutar de nuestro último desayuno.

Un abbraccio,

Rato Raro     





   







miércoles, 24 de agosto de 2011

Confesiones y Calamari (Un viaje a Sardegna: Día 4 Oristano-Tharros-Cagliari)


Nos levantamos a las 8:15 h, nos duchamos y bajamos a desayunar. Como el resto de los días, desayune ligerito, más o menos esto me llevo una hora. Durante este tiempo el Piu y yo estuvimos discutiendo sobre los destinos a elegir en le excursión del día. El Piu se decantaba por ir a la zona de Oristano y yo a la de Arbatax. Después de una dura discusión y multiples recriminaciones, decidimos ir a Oristano, porque nos llevaba aproximadamente una hora menos de coche.

Cabizbajo y derrotado me subí al coche rumbo a Oristano. El Piu se ofreció amablemente a llevar el coche y emprendimos el camino.

-   ¡Joder Rato son tan solo las 9:30 h!, ya me explicaras como todos los días conseguimos salir antes del hotel, pengandonte semejante panzada al desayuno.

-   Ummmm... (Sinceramente, creo que hay momentos en los que es mejor estar callado como una perra, o mejor aún, desviar la atención con otra pregunta) ¿Por qué siempre conduces tú en las autovías y a mi me toca disfrutar de todos los caminos de cabras de esta isla?

-   Vale, te lo confieso, todos los días por la mañana mientras tú todavía sigues desayunando, veo el mapa de carreteras y me ofrezco coger el coche cuando sé que toca una buena.

-   ¡Joder!, ¡seras hijo de tu madre!, ¡ya te vale!, ¡cómo puedes abusar tanto de un ser tan inocente e indefenso! Pues, que sepas pringado que todos los días adelanto el despertador un cuarto de hora, ¡esa es la razón por la que salimos antes!

-   ¡Serás cabrón!, ¡Por esto tenía todos los días esa sensación de haber dormido menos!, ¡uno ya no se puede fiar de nadie!
-   Bueno, una por otra, ¡venga pelillos a la mar!

Durante un buen rato estuvimos callados, escuchando nuestra cadena de radio favarita “Virgin”y barruntando sobre el comportamiento bastardo de nuestro compañero de viaje.

Cuando faltaban un puñado de kilómetros para llegar a la ciudad de Oristano, hicimos una breve parada para admirar una iglesia que nos llamo la atención desde la carretera. Esta resulto ser la basilica de Santa Giusta, cuya denominación da nombre a la ciudad donde se encuentra ubicada. Indagando entre los paneles informativos, descubrimos que fue construída durante la primera mitad del siglo XII por trabajadores de la ciudad con la ayuda de artesanos que levantaron la Catedral de Pisa. Por lo que he leído, el diamante en terrazas que se encuentra en el tímpano de la fachada, tiene un gran gran valor arquitectónico dentro del estilo romanico en Cerdeña (esto último, solo he puesto para quedar un poco de cultureta).    
                   
Finalizada la visita, subimos de nuevo al coche rumbo a la ciudad de Oristano, llegando a nuestro destino en menos de 15 minutos.

Oristano en si nos decepciono bastante. Una vez que vistas la catedral de San Francisco, la torre de Mariano II y el palacio arzobispal, monumentos que no llegamos a visitar, la ciudad no tiene mucho más que ver. Mientras me lamentaba cabizbajo de mi desdicha, un italiano desdentado me paro, preguntándome mi lugar de procedencia, para luego pasar a comentarme la historia, festejos y tradiciones de Oristano. Tuve que cortarlo, diciendo que el Piu me esparaba desconsolado al otro lado de la acera. Sino creo que podría estar dándome la chapa durante horas.

Después de abandonar como un perro a mi destentado amigo, me puse a relfexionar sobre el tipo de lugareño que se había acercado a nosotros para intentar tener algún tipo de relación de carácter amistoso. Hacer el recuento me fue fácil, ¡vaya solo habían sido dos!, un borracho sordomudo y un viejo chapas al que le habían robado la dentadura. Y yo me pregunto: ¿Qué pasa, ningún nativo normal, con dientes y que no de positivo en un control de  alcoholemia, tenía ganas de relacionarse con nosotros?, ¿a caso somos due bichos raros?

El abatimiento, el calor y las ganas de beber para olvidar, nos hicieron sentarnos en la terrazita de una cafetería, y pedir, ¡cómo no!, due birre. La magia de nuestros momentos cerveciles se rompió cuando la camarera nos trajo due Becks de mierda. ¿Por qué no le habríamos pedido due Ichunsa?, nos tuvimos que joder y beberlas.

El piu me vio tan deprimido que me dijo que podíamos ir a donde yo quisiera. Yo recordaba de cuando habíamos hecho una parada rápida en la oficina de turismo, la guía no estaba nada bien, nos habían hablado sobre una ciudad con los vestigios fenicios más importantes de Cerdeña llamada Tharros. 

Cogimos de nuevo el coche y nos fuimos rumbo a Tharros, durante el camino el Piu me pidió que pararamos en uno de sus multiples lagos salinos que hay en esta zona. Hicimos un pequeño alto en el de Cabras. Para ser sincero, no le encontramos nada especia, cogiendo al poco rato de nuevo el coche.



Lo primero que hicimos al llegar a Tharros fue darnos un bañito en una de sus playas, que con el paso del tiempo descubriríamos que no había sido una buen elección. Se aproximaba la hora de mangare, así que recogimos nuestras cosas y fuimos a una pizzería que habíamos visto de camino a la playa.

Como siempre nos pedimos due birre antes de decidir el plato que íbamos a degustar. Mientras me tomaba la birre me quede pensando porque todos los italianos, incluídos camareri, obreros de metal, barrenderos y gorrillas, llevan siempre como atuendo polos de marca con el cuello levantado. ¿Cuánto ganará allí un camareri para que anden tan maqueados?, ¿1.000 € en Italia serán más que 1.000 € en España?, ¿Comprarán la ropa falsificada en los mercadillos o tendrán un chinito en su casa que les fabrique politos a cambio de un plato penne? Las respuestas de este y otros grandes misterios de la isla se los dejo para Iker Jimenez.

Después de estas profundas reflexiones y media jarra de cerveza, el Piu se pidió un plato de pasta y yo una pizza de gamberini y champiñones.

Con el estomago lleno, nos dirigimos al coche a dejar la toalla y otros enseres playeros, para ponernos rumbo a pie hacia los restos arqueológicos de la ciudad fenicia de Tharros.

La ciudad de Tharros esta situado en una península piu bella con playas idílicas a ambos lados (si váis por allí algún día, adentraros en la península antes de elegir la playa, las que hay antes no tienen nada especial). Esta vez no hicimos la visita guiada como en  Pula. Los restos de la ciudad se miraban perfectamente desde lo alto de una colina que había a escasos metros y pensamos que no era necesario perder nuestro tiempo y dinero con una tia o tío al que le entenderíamos  de la misa la mitad.

Pasando las ruinas de Tharros se encuentran unas playas de cuento, a las que solo se accede con cierta dificultad, al tener que bajar entre las rocas. El Piu y yo decidimos ir a la que consideramos más bonita para darnos un baño y disfrutar de tan tremendo paisaje. Todo parecía perfecto hasta que nos dimos cuenta que nos habíamos dejado las toallas y el Piu además su bañador (se había cambiado para no sufrir un ataque de cistititis). Dar vuelta atrás suponía hacer 20 minutos bajo un sol abrasador, así que decidimos quedarnos, utilizar las rocas como toallas y en el caso del Piu sus calzoncillos negros como bañador. Según él nadie se daría cuenta de ello porque el 75,42% de los italianos llevan bañadores turbo y su apretado calzoncillo fácilmente podría pasar uno de ellos. Cierta o no su teoría, lo que paso es que las cuatro parejas que en aquellos momentos disfrutaban de la playa en todos sus sentidos, la abandonarón una a una, hasta que el Piu y yo nos quedamos solos. Supongo que aquellos instantes fueron de los que más me han marcado del viaje, porque ahora pasado más de un mes de nuestra visita, sufro, casi todas las noches, constantes pesadillas en las que unos calzoncillos negros licra me persiguen.

Dejamos aquel trozito de paraíso después de una horay media en soledad, con la única idea en nuestras neuronas de beber algo en el primer garito que nos encontraramos. Después de 10 minutos de dura caminata encontramos la primera terraza y nos sentamos derrotados, (el Piu se había quitado los calzoncillos e iba con su pajarito libre de un lado al otro del pantalón), me pedí una birre y el Piu un litro de agua porque según él su aguilucho se pone alerta cada vez que se bebe una birre y no era plan de asustar a la población local.

Llego el momento de levantarnos y diriginos hacia el coche, teníamos que llegar al hotel a una hora razonable, era sábado y teníamos que probar la marcha Sarda. Yo le propuse al Piu que fueramos a una de las numerosas verbenas que habíamos escuchado todos los días durante el camino.

- Rato, ¿de que coño de verbenas me hablas?

- Joder, de las que hay por ahí. ¡Pero si me estuviste rayando todo el viaje por si escuchaba los fuegos de artificiales!

- ¡No me jodas que te creíste lo de las bombas!, ¡mira que eres pin pin!

- ¿Cosa?

- Las petarditos no erán más que mis gases, ¿no olías nada?

- No me jodas. Desde los encuentros en la tercera fase del baño del hotel tengo el olfato noqueado.

- Ja, ja, menudo pardillo.



  Emocionado por mi inociencia empezó a darme una charla sobre los pedos, de por qué exiten, qué tramisten, qué se siente cuando te tiras uno. Lo mejor fue cuando no se ni como ni por qué ligo el mundo del pedo a la política, diciendo que este es un símbolo del proletariado. Luego me empezó a decir que para él, tirarse pedos tenía el significado de compartir, de confianza y que debía sentirme afortunado. Y siguió su discurso con que el pedo es más que un simple aroma, qué si te paras a escuchar uno puedes darte cuenta del estado de ánimo de la persona. Así, según la versión del Piu, cuando se tiraba un pedo nauseabundo era porque su estado biológico no era optimo, bien porque había desayunado bastante, bien porque el queso que llevaba la pasta o la pizza era muy fuerte...Me contó que la mayoría de los que se habían fugado por su ano, eran pedos con ruído porque esto significaban complicidad, buen rollo, al igual que los fuegos artificiales indican en las fietas el comienzo de la diversión. Me acuso de ser el típico que se tira pedos silenciosos, de esos  que solo se tiran las personas falsas que nuncan daban la cara. El muy degenerado acabo invitándome a tirarnos pedos al unisono, y jugar al pedo más largo.


- Tú lo que eres es un denegerado. Me estas dando el día, no me bastaba con verte embutido en esos calzoncillos de la talla S, qué ahora quieres una fiesta de pedos. ¡Por dios cierra todos tus orificios de una vez y dejame tranquilo!

- Vale, he captado la indirecta  me callo e intento aguantarme los pedos hasta llegar al hotel.


Llegamos a Cagliari completamente en silencio, ¡gracias a Dios!, hasta que el Piu volvió a perder la orientación y los nervios a la entrada de la ciudad. Igual que en el día anterior le pedí que me dejara conducir. Esta vez estaba casi seguro de encontrar nuestro hotel, solo tenía que llegar al aeropuerto que estaba a  7 km más alla. Pasados 10 minutos de infructuosos intentos de encontrar el caminio, el Piu, paro el coche y me pidió que lo cogiese. En ese momento seguí cada uno de los puntos del plan estratégico que había diseñado el día anterior, llegando en poco tiempo hasta la rotonda que estaba enfrente del hotel, pero si no llega a ser por un chillido del Piu hubiera tomado la salida equivocada.

- ¡Esto si que es trabajar en equipo meu!

- Es increíble que estés al lado del hotel y no lo mires, ya te paso ayer.

- Es que cada vez que entro en una rotonda, sufro tres ataques de ansiedad consecutivos que no me dejan ver nada.

Subimos contentos y felices a la habitación del hotel, nos acicalamos, nos pusimos guapetones (esa noche había que darlo todo por nuestro país), bueno el Piu hizo lo que pudo, los milagros son cuestión de fé. Yo me puse un polito rosa y blanco, unos vaqueros en plan casual y el Piu se vestió en plan perro flauta con una camiseta que tenía un viejo lema de la bruja Avería “Arriba el mal, abajo el capital”.

De esta guisa y con la moral por las nubes, nos fuimos andando hasta el centro de Cagliari. Mientras conversábamos animadamente por el caminio, se acerco a nosotros un pakistaní que le ofreció flores al Piu. En ese momento, un ciento de horribles pensamientos empezarón a azotar mi cabeza: ¿Por qué no me ofreció a mis las flores?, ¿Pensará que soy un muerde almohadas?, ¿Por qué la gente del hotel nos mira con el rabillo del ojo?, ¿pensará que somos un  par de mariconazos?, ¿será por eso que no se ha acercado a nosotros ni una sola ragazza?,¿y si un par de generados?, ¿por qué huyo todo el mundo tan rápido de la playa de Tharros?, ¿pensaría que eramos un par de maricones de playa que pretendíamos hacer sexo anal?...(Rato por dios deja de pensar, que se te va a joder la noche).

Cuando finalmente llegamos al centro de Cagliari, estamos valdados, el caminito nos había llevado unos cuarenta minutos a buen ritmo y soportando un calor de cojones. Por no hablar de las seculas psicológicas que me había producido mí último encuentro.
Una vez allí, el Piu quería a pararse a cenar en el primer sitio que vio.

- ¡Qué haces!, vamos a echar un vistazo por ahí. Creo que recuerdo una zona con restaurantes guapos.

- Vale, pero que sea pronto que me muero de hambre.

- Tú sígueme y nada de tirarse pedos, ¡qué te conozcoooo!, ¡no me asustes al personal!


Pululamos un rato por ahí hasta que vimos un restaurante que nos sedujo por su situación, por lo variato del menú, por el precio y a mi además porque lo regentaba una china...bueno esto último me convenció a mi porque el local al igual que el resto estaba atestado de gente y solo una chop suey es capaz de organizar todo para que no se le escape un solo cliente. Yo creo que es algo genético.

Así que isofacto me dirigi a hacía la seguidora de humor amarillo y le pedí una mesa para dos. La tía posiblemente no entendiera ni papa de italo-español pero al momento desalojo una mesa y nos invito a sentarnos. ¡Ay quién me diera tener una chinita en mi loft!

Nos sentamos, vimos la carta, lo primero decir el vinito que nos íbamos a tomar. Optamos finalmente por un blanco. Después elegimos un primero y un segundo, entre más de 100 platos diferentes escritos en italiano, lo que reducia nuestras posibilidades de acertar con nuestra elección.

Para mitigar mis miedos el Piu me dijo que me pidiera el plato número 23 de antipasti que era el que él se había pedido en nuestra visita Sant`Antioco. Me pareció buena idea porque me había quedado con ganas de degustar un buen plato de pasta en este viaje. De segundo después de darle muchas vueltas elegí calamari, por lo menos esta vez estaba seguro de lo que me iba a llevar a la boca. El Piu pidio una ensalada di mari, y pescaditos fritos.

Nos tardarón en servir un buen rato el primer plato, por supuesto la camareri no era china, sino ya hubiéramos terminado de comer. Cuando por fin nos trajo los primeros, me quede un poco extrañado porque nos sirvió ensalada di mari y calamari rebozados. 




- ¿Pero los calamari no eran el segundo plato?

- Si creo que si, se habrá confundido no te preocupes Rato, seguro que te los trae luego.

 Bueno, eso espero.

Cual fue mi sorpresa cuando la cameri me sirve el segundo plato. ¡Otra vez calamari!, eso si, ahora a la plancha. ¡Joder!, ¿por qué le habré hecho caso este puto mendrugo?, ¡si su comprensión oral es nula y la escrita es igual que la mia!, ¡soy un autentico gili!...Pues nada a comer otra vez calamari, ¡qué buenos!... Creo que al Piu le di un poco de pena y me dijo que compartiéramos los platos, así podría comer otra cosa distinta de un cefalópodo. 

Llego la hora del postre y como se nos había terminado el vino, consideramos que era una buena sobremesa un par de  Ichunsa de medio litro. Mientras bebíamos y hablamos de lo divino y lo humano, no se a cuento de qué, le dije al Piu que creía que tenía una inteligencia entorno a la media. No me imiginaba la que se iba a montar, mi rating le sento como una patada en los cojones, peor que si lo hubiera llamado stupido, cretino, imbecille,  sacco di merda, Figlio di Puttana, testa di cazzo, vaffanculo, torrone di merda, polentoni fascisti... Durante un buen rato, estuvo intentando convencerme de su intilegencia, pero no lo consiguió, supongo que soy demasiado optuso para no ver un cráneo privilegiado como el suyo. Pero hoy, más de un mes después, quiero redimirme, y reconocer las cualidades intelectuales de mi amigo y compañero de viaje, por eso he puesto en mi perfil el libro que ha escrito “Un epitafio axeitado”, como una de mis lecturas favoritas, que recomiendo  desde aquí encarecidamente.

Supongo que en parte, todo su cabreo era producto del alcohol. El Piu iba ya bastante mamado y no paraba de desvariar, lo único que me repetía es que quería un pitillo.

Tenía que saldar mi afrenta, así busque desperadamente una máquina de tabaco (único lugar donde podíamos encontrar tabaco a esas horas) para tranquilizarlos. Después de un buen rato dando vueltas, encontramos una, introducimos el dinero, seleccionados nuestra marca y... ¡nada! Empezamos a analizarla, probar con otro tipo de tabaco, intentar pagar con tarjeta, observar cada uno de sus orificios pero na de na. Finalmente nos rendimos, había que joderse y no fumar.

De camino hacia ninguna parte, empezamos hacer nuestras cabalas y nos preguntamos: ¿Cómo controlarían que los menores no comprasen tábaco?...

- ¡A lo mejor, hay que introducir el DNI!


- Ostia, puede que tengas razón. ¿Por qué no probamos en la máquina que vimos cuando íbamos  a cenar, en la zona de bares?


- Claro, vamos "pa" alla.


Llegamos y había una cola de cojones para comprar tabaco. Mientras esperábamos, vimos como los italianos tenían que meter una especie de tarjeta sanitaria para poder comprarlo. A todo esto un español que teníamos delante le pidió a un italianini que le dejará la tarjeta  y ahí nosotros aprovechamos la ocasión, pidiéndosela también.

¡Equilicuá!, ya teníamos tábaco, ¡pero que listiños somos! Ahora solo teníamos que buscar un garito donde poder beber algo. La marcha en Cagliari se caracteriza por pedirte las consumiciones en los bares, para luego salir afuera y charlar animadamente con otra gente, como si fuera un macro botellón de pago.

El Piu se pidió un licor de mirto, y yo, como no, una Ichunsa. Nos sentamos en unas escaleras y charlamos. Seguimos bebiendo un par de cervecitas más, hasta que decidmos volver al hotel. El problema ahora era coger un taxi, no se atisbaba ninguno en toda la ciudad. Ibamos caminando, bueno el Piu iba arrastando sus pies en zizageo, de un lado para otro en busca de un puto taxi. Hasta que al final vimos uno que paro, nos pregunto a donde íbamos, le dijimos el nombre de nuestro hotel y nos dijo que nos subiéramos.

El Piu le pregunto porque no había demasiada marcha en la ciudad, respondiéndole el taxista que la mayor parte de la gente estaba en la playa de Poetto. Allí, se estila salir en plan ibicenco, tomandote unas copas en los chiringuitos de la playa.

Yo, la verdad, no se como el Piu era capaz de articular palabra, y no digo esto por lo borracho que estaba, sino porque íbamos a toda ostia por el medio ciudad y me estaba dando la sensación de que en cualquier momento nos íbamos a estampar. Creo que es peor ir con un chofer italiano que conducir tú mientras esos putos zumbados te hacen la vida imposible.

La carrera nos costo la friolera de 18 €, un Ave María, un Padre Nuestro, un Jesusito de mi Vida y unos gallumbos manchados. No nos importaba, ¡por los menos seguíamos estando vivos!

Llegamos al hotel, me puse mi pijamita como pude, mientras el Piu se quedaba solo con sus malditos calzoncillos negros, y nos dormimos. Esta vez, pase del puto despertador.

Colorín, colorado, otro día se ha terminado.

Un abbraccio,

Rato Raro