Una soleada y cálida noche del mes de febrero de 1975, en un hospital en forma de pirulí, Carmiña una embarazada primeriza que iba a ser madre, estaba a punto de dar a luz. Mitigaba sus nervios escuchando el consultorio de Elena Francis en la habitación que le habían asignado, cuando en un corte publicitario rompió aguas. Después de escuchar sus quejidos, las enfermeras la llevaron inmediatamente al paritorio. Sin casi tiempo para tumbarse en la camilla, el bebe asomo un poco la cabecilla, era de color rojizo, con los ojos muy negros, muy pequeñitos que no paraban de moverse de un lado para otro, al estilo Marujita Díaz. Al asomarse un poco más, el equipo médico se dio cuenta de que tenía la cabeza en forma de pera, llena de espinillitas, con dos tenazitas y otras ocho patitas más con uñas tan largas como las de Raimundo Amador.
El médico con gesto contrariado y con mucho cuidado para que ninguna de las uñas del bebe dañara el útero, acabo de sacarlo. Carmiña, la madre dijo:
- Doctor, ¿Qué ha sido?
- Señora, ha tenido usted un centollo, pero quédese usted tranquila, es fresco y de la ría.
- Doctor, ¿Qué ha sido?
- Señora, ha tenido usted un centollo, pero quédese usted tranquila, es fresco y de la ría.
Carmiña se quedo un rato pensativa y dijo:
-Doctor, no sé si podré hacerlo feliz, nuestro piso es muy seco y esta lejos de la playa.
En ese momento entro Pepe su marido y le pregunto:
- Cieliño, ¿qué hemos tenido?
- Te lo voy a decir poco a poco, hemos tenido un CEN-TO-LLI-TO.
Pepe entonces se puso muy serio y le dijo:
-¡Ya sabía yo que me los ponías con el pescadero!
Pepe se fue dando un portazo y Carmiña se quedo sola con un centollo recién nacido. El tiempo fue pasando y nuestro amiguito se fue dando cuenta que no podía hurgarse la nariz como el resto de los demás niños, tampoco podía jugar a la pelota porque siempre acababa pinchándola con una de sus tenazitas y verse en el espejo era para él un suplicio. Cada día estaba más triste, le era duro mirar hacia adelante cuando sus patitas lo llevaban una y otra vez hacia atrás.
Carmiña, después de ver las cuatro partes de “Liberad a Willy” con el pescadero, decidió que tenía que cambiar la vida de su hijito, quería volver a verlo reír (si es que los centollos ríen). Lo llevó al puerto y lo soltó al mar, el pequeño con lagrimillas en los ojitos desapareció entre las olas.
Unos meses más tarde, cuando Carmiña estaba superando la perdida de su niño, fue invitada a la boda de su prima “la de Bouzas”. En el banquete le sacaron como primer plato una fuente de centollos. Carmiña estaba hablando con una amiga, cuando cogió un centollo, le iba a quitar una patita, cuando: ¡Oh, Redios!, era su hijito. Carmiña cogió el centollo y le hizo el boca a boca de una forma compulsiva. El centollo empezó a toser y echo agua por la boca. Llamó rápidamente una ambulancia, lo ingresaron en la UVCI (unidad de vigilancia de centollos intensiva). El centollito se recupero, su madre lo llevo a casa y le monto un acuario.
Vivieron felices para siempre y colorín, colorado este cuento se ha acabado.
Un abrazo,
Rato Raro