viernes, 23 de abril de 2010

El entierro de un anciano


Ayer fui al entierro de un viejo casi centario.
Mucho lo lloraron sus familiares y sentimos cuantos lo conociamos,
pero ninguno tenía impreso en su rostro
las huellas de sufrimiento tan profundo
como se apreciaba en el Don Antonio,
el único superviviente
de sus compañeros de infancia.

Era un automota que iba detras del feretro
con los ojos enrojecidos
sin apartar la mirada del atud,
y con el pensamiento sabe Dios dónde,
si es que el dolor le dejaba pensar.

Al llegar a la puerta del cementerio
experimento tal extremecimiento,
que parecio despertar de su extasís,
y por fín abrio la boca:
"Ya no puedo más"
"¿Por qué no perdería la razón?"
y rompio a llorar.

Saco un pañuelo,
limpio las lágrimas
y abandono la comitiva.

Yo lo cogí del brazo,
y lo acompañe,
ibamos en silencio,
guardando respeto a su dolor.

Sólo una vez, se volvio hacia el cementerio,
y dijo con voz cadaverica:
"Hasta ahora aún quedabamos dos"
"¿Cuántos serán aún mis días?"

Hoy lo he visto en el jardín,
jugando con sus nietos,
al verme me llamo y me dijo:
"¡Gracias!, Dios te lo pague!"
y continuo jugando con los niños.