Nos levantamos a las 8:30 h, nos duchamos y bajamos a desayunar. A diferencia del día anterior, preferí desayunar un poco más fuerte por temor a que volviéramos a tener algún percance con la comida.
Cuando iba a empezar a tomarme mi frutita, el Piu Bello, me dijo:
- Rato, voy a subir a la habitación
- ¡Joder!, ¡espera por mí, qué estoy terminando!
- Es que como todas las mañanas, tengo que liberar a Willy
- ¡Por favor, no lo hagas!, ¿no recuerdas la que montaste ayer?
- ¿Y donde coño quieres qué exteriorice mi malestar?
- Pues no sé, pero aquí no, siento que todo el mundo en el hotel se queda conmigo por tu puta culpa.
- Lo siento Rato, me voy, llego la hora de bombardear Hiroshima, ¡no aguanto más!
- Rato, voy a subir a la habitación
- ¡Joder!, ¡espera por mí, qué estoy terminando!
- Es que como todas las mañanas, tengo que liberar a Willy
- ¡Por favor, no lo hagas!, ¿no recuerdas la que montaste ayer?
- ¿Y donde coño quieres qué exteriorice mi malestar?
- Pues no sé, pero aquí no, siento que todo el mundo en el hotel se queda conmigo por tu puta culpa.
- Lo siento Rato, me voy, llego la hora de bombardear Hiroshima, ¡no aguanto más!
Un sudor frio recorrió mi frente cuando se marcho. Sabía que llegaría el momento en el que tendría que subir a la habitación del hotel a por mis cosas, ¡y entonceeees!...
Cogí valor, pensando en el olor que tienen que soportar, cada día, los habitantes de la ciudad de Pontevedra por culpa de la planta Ence. ¡Si ellos pueden, yo también!, ¡qué coño! y subí, con un par, las escaleras.
Me iba acercando a la habitación y no notaba ningún tipo de emanación desagradable. Por un momento, pensé que esto podría ser provocado por el estado de frenesí que me había autogestionado, ¡el poder de la mente puede ser un instrumento sumamente eficaz en un período de esfuerzo máximo!
Llamé a la puerta, con un par de golpes secos, sin pensar, ni por un instante, en los riesgos que estaba asumiendo. Como sucedió el día anterior, el Piu Bello tardo en abrirme.
Después de cinco largos minutos de concentración ninja máxima, el Piu Bello me abrió sonriente la puerta. Quiso darme un empujón para que dejara de hacer el “gili” y pasará para dentro de una vez, pero yo Rato Sam, hábilmente lo esquive, no fuera a ser que no se hubiera lavado las manos.
Al poco rato, el Piu, me dijo:
- ¿Qué?, ¿huele?
- No, la verdad es que no. ¿Pero?, ¿no subías a la habitación a practicar un exorcismo?
- Claro, estuve buen rato diciendo: ¡sal de mí!, ¡sal de mí!, hasta que lo expulse el diablo que llevaba dentro.
- ¿Qué?, ¿huele?
- No, la verdad es que no. ¿Pero?, ¿no subías a la habitación a practicar un exorcismo?
- Claro, estuve buen rato diciendo: ¡sal de mí!, ¡sal de mí!, hasta que lo expulse el diablo que llevaba dentro.
Entre en el baño incrédulo, ¡y sí!, pude reconocer un leve olor a m..., estaba claro que el Piu había hecho allí la danza del vientre.
El Piu, me comentó que había puesto en práctica una extraña teoría de los aborígenes de la Sierra del Caurel, que consiste en tirar de la cisterna, justo cuando terminas de peinar los pelos del culo hacia fuera. MUY IMPORTANTE: No os podéis levantar, ejerciendo a sí de tapón frente a los malos olores, mientras no hayáis tirado de la cadena.
La teoría, aunque puede parecer absurda, funcionó. Así que, si alguno de vosotros sufre de la peste porcina, como mi amigo el Piu, podéis ponerla en práctica.
Después de estar un buen rato hablando sobre el tercer ojo y de historia del mundo de la defecación, nos marchamos rumbo a la isla de San Antioco, situada al suroeste de Cerdeña.
Como en el día anterior, conducir por Cerdeña fue un puto infierno, pero gracias a Dios y al arcén de las carreteras llegamos, sanos y salvos, a la isla de San Antioco, realizando nuestra primera parada en la ciudad que le da nombre.
Aparcamos el coche en zona hora, hecho que me emociono bastante, ¡Por fin iba a poder gastarme alguna de las monedas que había recolectado para este tipo de menesteres! El sistema de pago es un poco curioso, no es como aquí que metes las moneditas en una máquina, sino que tienes que buscar a un gicho que pulula por ahí y qué te da un papelito que establece el tiempo máximo que puedes estar aparcado en función del dinero que le hubieses dado, ¡supongo que por razones como esta Italia ha estado tan tiempo en el G8!
Tuve que recorrerme media ciudad hasta que lo encontré, bueno...para ser sincero San Antioco no es muy grande, por lo que no me costo mucho encontrarlo. Le dije chapurreando italiano, español e inglés que había dejado el coche aparcado dos calles más allá y que quería saber cuanto le debía. Él me pregunto que hasta que hora tenía pensado quedarme, yo le dije que como mucho que hasta las 16:00 h. Sonrió y me contestó que no hacía falta que páguese nada porque eran casi las 12:00 h y que allí no se pagaba de las 12:00 h – 17:00 h. No me lo podía creer, ¡joder!, para una vez que encontraba un sitio donde cobraban por aparcar, no me dejaban ejercer mis derechos. No me di por vencido y estuve dándole un buen rato la paliza para que me cobrase, aún que sólo fuera un euro. El tío, creo que más bien por pena, me pidió 60 céntimos y me dio un papelito que acreditaba la legalidad de mi estacionamiento hasta las 17:00 horas. ¡Cosas como esta, me hacen ser un Rato feliz!
Con todos los papeles en regla, el Piu y yo, nos dimos un paseo por San Antioco, pueblecito la verdad, con mucho encanto. Mientras paseábamos por su puerto, vimos un montón de barcos que ofrecían actividades de pescaturismo, algo por lo que parece, es allí muy típico.
Para conocer algo más sobre la isla, nos dirigimos a una oficina de turismo. Una vez allí, aprovechamos para pedir un poco de información y ligar con la ragazza que nos atendía. Estuvimos haciéndonos los simpáticos durante un buen rato, hasta que llegó una familia francesa, abusar de su confianza y jodernos el rollo.
Jodido el ligue, nos fuimos de expedición buscando una de esas tremendas calitas que rodean toda la isla de las que nos había estado hablando la guía, mientras el Piu no paraba de verle el escote. Según él, porqué el idioma corporal hace más comprensible lo que te dice otra persona, cuando esta te habla en otra lengua.
Dejando de lado, esa absurda teoría de que los pechos de una mujer pueden ayudar a mejorar tu italiano, cogimos el coche y paramos en la primera playa a la que se lléguese en un camino asfaltado.
Aún que la playa no tenía ni un solo gramo de arena, fue una de las bellas en las que jamás he estado nunca. Como me resulta difícil describir tanta belleza, me limitaré a decir que era un paraíso entre las rocas.
Durante una hora disfrutamos de su agua, sus vistas, y de los horribles masajes que hacían las putas piedras en nuestros pies. Iban a ser las tres, cuando decidimos volvernos a Sant Antioco para comer.
Comimos en una de las múltiples terrazitas que te puedes encontrar en este maravilloso pueblecito. Lo más gracioso de este momento, fue escuchar al Piu, cuando la camarera nos preguntó que es lo que íbamos a comer. El Piu, le repitió, al menos diez menos, en portu-italiano el plato de pasta que quería. Derrotado y hundido al ver la cara de interrogante de la camarera, le dijo en inglés el número del plato que quería y esta por fin le hizo un gesto de como de haberle entendido y le sonrío. Comimos, bebimos y fumamos felices, disfrutando de aquel bello lugar.
Terminamos de comer, y abandonamos la isla, con la promesa de que si un día volvíamos a Cerdeña, nos alojaríamos allí y no en Cagliari. ¡REDIOS!, ¡Algún día volveré!
Desde allí, nos dirigimos a Pula, para ver la ciudad fenicia de Nora, probablemente la más antigua construida en Cerdeña. Cuando llegamos no tuvimos mucha suerte, la zona de parking era gratuita, y no pude liberar nada lastre que copaba mis bolsillos.
Realizamos una visita por su zona arqueológica. Íbamos con una guía que daba sus explicaciones durante el recorrido en italiano y en inglés. Nosotros decidimos escucharla en italiano, no sé por qué, quizá porque hablaba primero en este idioma o porque independientemente del idioma éramos conscientes de que le entenderíamos lo mismo.
Entender tan solo un tercio de lo que te están contando, tiene su encanto. Da rienda libre a tu imaginación y te permite tener acaloradas discusiones con tu acompañante sobre la explicación que en esos momentos esta dando la guía. Curiosamente, los dos escuchamos cosas diametralmente opuestas durante todo su speech.
Al terminar la visita, nos tomamos due birre en un chiringuito cercano, para dejarnos acto seguido caer sobre la arena de la playa de Nora. Por cierto, la playa era Piu Bella.
Después de un baño y una buena siesta, nos volvimos a Cagliari. El último trayecto lo condujo el Piu que como siempre iba nervioso diciendo una multitud de improperios contra las habilidades automovilistas de los sardos. Al entrar en Cagliari, se hizo la picha un lio, y nos perdimos. Le hice una pequeña broma para quitarle hierro al asunto y apunto estuve de morir asesinado. El Piu, había perdido totalmente el control, estaba fuera de si, y acabamos con el coche en una localidad cercana a Cagliari, cuyo nombre no recuerdo ni quiero acordarme. Le insistí para que me dejara coger a mí el coche, y le dije que en el estado en el que se encontraba no íbamos a llegar nunca. Después de un rato, haciendo oído sordos a mis suplicas, paro el coche sin previo aviso en el arcén, se bajo, se fumo un cigarro y me pidió que lo cogiera.
La verdad, es que soy un desastre orientándome y era consciente de que me iba a costar un huevo encontrar el hotel. Así que me hice un pequeño planing mental:
1. Sabía que nos habíamos pasado Cagliari, así que teníamos que dar vuelta.
2. Recordaba más o menos el camino que había seguido el taxista cuando nos había llevado al hotel desde el aeropuerto.
3. Tenía que encontrar el aeropuerto. Esto no tenía porque ser muy difícil, ya que estaba perfectamente indicado al entrar en Cagliari.
4. Encender las luces, era de noche.
5. Rezar a San Pancracio. Un poco de ayuda divina no viene nada mal en estas situaciones.
Con estas premisas, agarre el volante, encendí el coche, puse primera y me desee suerte. Iba jodidamente nervioso, creo que se me calo el coche al menos unas 5 veces. La falta de confianza en mi orientación, unido al riesgo que supone conducir entre kamikazes sardos me estaba comiendo la moral. No me fue difícil encontrar el aeropuerto, había cientos de carteles que indicaban como llegar, parecía que mis oraciones habían surtido efecto. Cuando estaba casi enfrente del hotel, me equivoque de salida, ¡mierda, ahora si qué estábamos jodidos! Pero el Piu, resucito como cual Ave Fenix, indicándome como llegar. Por fin estábamos en el hotel, nos abrazamos, sonreímos, e intentamos dejar aparcada la difícil situación que habíamos vivido.
Lo primero que hice al llegar al hotel, fue ducharme, necesitaba relajarme, estaba todavía muy tenso. Los veinte minutos que estuve bajo el agua consiguieron tranquilizarme. Ya podía salir, y volver a disfrutar de nuevas aventuras. Pero lo que no me esperaba ver al salir del baño, era ver al Piu, semidesnudo (únicamente llevaba embutidos unos calzoncillos negros), en posición horizontal en la cama, boca a bajo, moviendo sus pierninas de un lado para otro, y diciendo:
- Rato, sabes ¿cuándo pesa mi cerebro?
- Después de lo que estoy viendo, poco o nada. Anda dúchate, vístete y vamos a cenar algo.
- Rato, sabes ¿cuándo pesa mi cerebro?
- Después de lo que estoy viendo, poco o nada. Anda dúchate, vístete y vamos a cenar algo.
El muy mamón estaba jugando todo feliz al braintraining en la Nintendo DS, disfrutando, por lo visto, de su escasa inteligencia.
Nos fuimos a cenar a un Panini llamado el Inferno que había cerca del hotel. Su nombre de debía a que tenían una especie de bocata de carne de pollo bañado en salsa picante. Antes de elegir nuestros paninis, nos pedimos, como no, due birre Ichunsa de medio litro y reflexionamos con calma nuestra elección.
Yo me decante finalmente por el panini inferno. Tengo que reconocer que adoro el picante, lo cual me ayudo a declinarme rápidamente por esta opción, mientras que el Piu, se pidió un wrüstel. El camareri me pregunto si lo quería con mucho picante, a lo cual respondí afirmativamente. Nos fuimos, mientras nos preparaban los paninis, fuera del local a echarnos un cigarrito. Yo con el rabillo del ojo, vi como el camereri sonreía y hacía gestos de complicidad con una pareja sarda que estaba por allí, mientras se esmeraba en empaparme el panini en salsa picante. Llegó el momento de probar nuestros bocatas, y yo notaba como la expectación era máxima cuando iba a dar mi primer bocado. La desilusión entre la afición fue máxima cuando vieron que lo estaba comiendo, sin apenas inmutarte, ¡de verdad que siento qué no pudierais reíros de mi, malditos fillos da putana! Estuve a punto de preguntarle al camareri, si me había puesto algo de picante en el panini, pero al final, no se porque extraña razón me contuve.
Después nos volvimos al hotel, le pregunté a mi compañero de viaje a que hora se quería levantar, el me dijo como siempre que a las 9:00 h, así que puse el despertador a las 8:15 h, apagamos la luz y yo al menos me quede frito al momento.
Y colorín, colorado, otro día se ha terminado.
Un abbraccio,
Rato Raro