Hace ya muchos
años, en un pueblecito al noroeste de la piel de toro, vivía Linda Preciosa,
una chiquilla que todas las mañanas salía con sus cabritillas para que pastaran
alegremente por el campo. Ella era muy feliz y apenas recordaba su enfermedad.
Una mañana, cuando
daba un paseo con copito, canela y carboncillo, sus cabritillas favoritas, vio
un ukelele detrás de un arbusto. Lo cogió y se fue por el prado tocándolo alegremente
mientras las cabritillas bailaban y reían sin parar. Cuando llevaban caminando al
menos dos programas del “Mira quien baila”,
se encontraron a un pastorcillo con una gaita, y ella le dijo:
- ¡Menuda gaita tienes pastorcillo!, ¡qué ganas tengo de tocarla!
El pastorcillo muy
amablemente se la ofreció, ella la cogió con mucho cuidado y empezó a tocar una
muñeira, hasta que se quedo toda extenuada.
Siguieron todos paseando,
riendo y bailando, encontrándose, al
poco rato, a un perro salchicha, que al verla se metió en su regazo. La
pastorcilla emocionada por su cariño, decidió adoptarlo, y sacarlo a pasear, al
menos tres veces al día.
Siguieron todos
caminando, riendo y bailando, y como ya se habían pasado tres pueblos, los pies
de Linda Preciosa se hincharon. Ella, ni corta ni perezosa, se quito las
plataformas y siguió su paseíllo descalza, con la mala fortuna de pisar un cartón
de vino que había dejado olvidado un indigente, al que le dijo:
- ¡Me cago en la madre que te parió!, ¡si a ti, el de la farola!
Después del
pequeño incidente siguieron corriendo, riendo y bailando. Linda Preciosa
ahogada por los fuertes dolores que le había provocado en la garganta el tocar
durante tantas horas la gaita y en sus piececillos al haber pisado un Don Simón
en mal estado, decidió volver a casa a curarse todas sus herididillas.
Volvían todos
hacia a casa bailando y riendo, menos Linda Preciosa que gemía mientras se
arrastraba por el suelo, cuando de repente un perro flauta, de esos con los
pies negros todos guarros, la abordó para pedirle unas monedillas a cambio de
su musiquilla. Ella le dijo que no tenía, pero que si quería, podría tocarle un
poco la flautilla.
Después de todo
este vibrante paseo, llegaron a casa, llamarón al doctor que después de tenerla
bien examinada, le dijo:
- Linda Preciosa, tiene usted un tremendo quiste en la garganta. No
puede una ponerse a tocar instrumentos de viento, sin saber lo sucios que
estaban los labios que se han posado antes. ¡La higiene es lo primero!
Colorín colorado,
este cuento se ha enquistado.
Un abrazo,
Rato Raro